Opinión | Apunte

Albert Garrido

Albert Garrido

Periodista

Venezuela, en el anticlímax

Nicolás Maduro, en un acto en Caracas

Nicolás Maduro, en un acto en Caracas / PALAU DE MIRAFLORES | EFE

Transcurridos 25 años desde la primera elección de Hugo Chávez, la degradación política en Venezuela y el enconamiento social han dado carta de naturaleza a una sucesión de crisis encadenadas, caracterizadas por la descomposición del bloque histórico que procuró la hegemonía política al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Si durante las décadas de los ochenta y de los noventa, la sucesión de tres presidentes de Acción Democrática (AC), centroizquierda, y otro del Copei, democracia cristiana, defraudaron todas las expectativas reformistas e hicieron posible la eclosión del chavismo, la ruina económica que conoce hoy el país -más de siete millones de venezolanos forman en las filas del exilio económico- lo han llevado a un callejón sin salida. Como sostiene un diplomático con una larga estancia en Venezuela, “Maduro es la personalización del anticlímax del chavismo”.

De las varias fases que ha conocido la deriva política del PSUV, dos resultan determinantes: el fallido golpe de Estado del 11 de abril de 2002 y el relevo en la presidencia a raíz de la muerte de Chávez el 5 de marzo de 2013. El golpe cohesionó el entramado social que liquidó el bipartidismo AC-Copei y dio curso a un largo periodo de reformas -las misiones-, posibilitadas en gran medida por la evolución al alza de los precios del petróleo: la masa heterogénea de votantes que atendieron las proclamas de Chaves se sintió rescatada de veinte años de decepciones. En cambio, la presidencia de Maduro fue pronto motivo de una paulatina descomposición del conglomerado que apoyó a Chávez: si en un principio, antiguos electores de AC y el Copei confluyeron para formar la mayoría que hizo posible un cambio radical del ciclo político, con el nuevo presidente surgieron las divergencias, provocadas con frecuencia desde el poder.

Al mismo tiempo, se consolidó un nuevo establishment civil y militar, una clase funcionarial que depende en todo y para todo de la supervivencia del régimen. A través del PSUV y organizaciones afines, ha sido posible una operación de reemplazo mientras no ha dejado de crecer el peso del Ejército, favorecido desde el primer día por Hugo Chávez, un uniformado que paso dos años en la cárcel (1992-1994) por participar en un intento de golpe contra Carlos Andrés Pérez. Nada de cuanto sucede en Venezuela escapa al control del brazo cívico del régimen; nada es posible sin contar con la complicidad del Ejército, que se estima es el más poderoso de América Latina a pesar del empobrecimiento manifiesto del país.

El apoyo inmediato que Estados Unidos y el grueso de Occidente dispensó a Juan Guaidó cuando este se declaró presidente encargado de Venezuela el 23 de enero de 2019 encastilló en mayor medida al nuevo establishment y propició la búsqueda de aliados exteriores -Rusia, China y otros- que blindaran al régimen. Lo cierto es que tales aliados por necesidad han sido vistos por otros de probada solvencia y comprensión con el régimen venezolano -Colombia, Brasil y México, en especial- como elementos disruptivos en su propósito de legitimar la última elección presidencial mediante un recuento a la luz del día de las actas originales del escrutinio mesa por mesa. Y lo que es tanto o más llamativo, no son pocos los que en su día confiaron en el chavismo y ahora reniegan del madurismo por su oposición a contar de nuevo los votos sin reservas y por su probada ineficacia para rescatar a Venezuela de la postración.

Todas las respuestas del régimen desde el episodio de Guaidó han favorecido la cohesión de las alianzas de la oposición, hasta entonces poco o nada duraderas. Se ha producido así en el bloque opositor una convergencia de intereses en la que, como hace un cuarto de siglo, coinciden sectores sociales de procedencia bastante heterogénea que en esta ocasión reclaman la vuelta a un pluralismo efectivo y que en el pasado se unieron para liquidar un sistema bipartidista agotado y corrupto. Con la diferencia sustantiva de que la cara visible de la movilización en curso es una representante de la clase media conservadora, María Corina Machado, y su rostro electoral, Edmundo González, un diplomático sin arraigo alguno en el laberinto político venezolano. Dos perfiles que son la antítesis del Chávez en la cima de 1999.

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