Opinión | BLOGLOBAL

Albert Garrido

Albert Garrido

Periodista

Movilización demócrata para retirar a Biden

Donald Trump y J. D. Vance, durante el segundo día de la convención republicana.

Donald Trump y J. D. Vance, durante el segundo día de la convención republicana. / CALLAGHAN O'HARE / REUTERS

Los partidarios de que Joe Biden se mantenga en la carrera presidencial hasta el final sostienen que ninguno de sus antecesores desde Lyndon B. Johnson logró victorias tan sonadas como la ley de reducción de la inflación y tasas tan bajas de desempleo. Incluso admitiendo que tales logros no tengan parangón en décadas, algo seguramente discutible, se antoja un capital político insuficiente para enfrentarse a Donald Trump y vencerle. Sus frases sin terminar durante el debate en el que se midió con el expresidente, sus lapsus constantes, la imagen achacosa de tantas veces -la última, al retirarse a su casa de Delaware, contagiado de covid-, esa sensación de irremediable decadencia justifica el vaticinio cada día más compartido de que se ha quedado sin armas para batir a Trump el 5 de noviembre. Al mismo tiempo, el candidato republicano ha salido en volandas de la convención de Melwakee, convertido en el líder presdestinado que ha sobrevivido a un atentado y se ha procurado un candidato a la vicepresidencia, el senador J. D. Vance, que entusiasma a la extrema derecha más apegada al estereotipo del reaccionario compulsivo: contrario al aborto, negacionista del cambio climático, que siente aversión por los programas sociales que, mal que bien, corrigen las lacras de una sociedad con decenas de millones de ciudadanos sin cobertura sanitaria.

Para la reputada analista del quincenal The New Republic Kate Aronoff, el gran problema para que los demócratas reaccionen es que el partido no existe como tal. “Es una colección vaga de partes -escribe Aronoff-: los propios candidatos, incluidos los funcionarios electos en ejercicio; instituciones que existen principalmente para recaudar fondos para los candidatos; y las personas que trabajan para esos candidatos, todos apoyados por una mezcolanza de sindicatos, organizaciones sin fines de lucro y expertos”. Esa estructura estratificada es el precio que ha pagado el Partido Demócrata para ampliar su base, convertirse en la organización de las minorías, de las mujeres, de los perjudicados por la revolución tecnológica. Decir que no se trata de un partido parece exagerado; en todo caso es con toda seguridad un gran movimiento con una impronta claramente diferenciada de la del Partido Republicano.

No es exagerado, en cambio, estimar que los republicanos han consolidado una cohesión interna con muy pocos disidentes a cambio de desnaturalizar el partido desde del fenómeno conocido como Tea Party o conservadurismo de mesa camilla (apelativo utilizado por algunos autores). Cuando los neocon desembarcaron en la Administración del presidente George W. Bush cundió la impresión de que eran el summum de los programas regresivos. Ciertamente, aquella fue la sensación, pero la reacción hostil de la llamada América profunda a los ocho años de presidencia de Barack Obama certificó un viejo aserto: toda situación es posible de empeorar. Donald Trump y su conservadurismo vociferante encontró en los dos mandatos de Obama el ecosistema adecuado para escalar posiciones sin más experiencia ante la opinión pública que los reality show que produjo y en los que participó; el manejo de los platos en los que cursó un máster tan intensivo como prolongado de utilización de la imagen y de simplificación extrema de los mensajes. Así ganó la presidencia en 2016, aunque perdió en votos populares.

La movilización de líderes destacados de los demócratas para retirar a Biden de la carrera se pregunta cómo puede vencer a Trump, que derrotó a Hillary Clinton, una profesional de la política en plena forma, con una tosca retórica de eslóganes inflamados. Nancy Pelosi, un figura demócrata de gran influencia, tres años mayor que Biden, es seguramente la mejor situada para convencer al presidente de que hay un tiempo para la acción y otro para hacerse a un lado y dejar que otros sigan en la brecha; el presidente del Senado, Chuck Schumer, y el líder de la minoría en la Cámara de Representante, Hakeem Jeffries, junto con otros destacados congresistas y altos funcionarios de la Administración saben que la unanimidad de las encuestas ahí está para temer lo peor llegado noviembre.

Media un mundo de ahí a suponer que puede revertir el pronóstico de los sondeos un candidato de consenso que llegue a la convención demócrata de Chicago apoyado por la plana mayor del partido. Puede que Kamala Harris esté en situación de captar de nuevo el voto de las minorías, pero es difícil imaginarla capaz de decantar a su favor los swing states clave, sin cuyos votos es imposible alcanzar la Casa Blanca. La vicepresidenta ha defraudado a la mayoría que en 2020 vio en ella a la sucesora ideal de Biden, a quien estaba en condiciones de rejuvenecer la imagen del partido llegado 2024. Michelle Obama ha reiterado por activa y por pasiva, directamente o mediante terceros, que no entra en sus cálculos aspirar a la presidencia; otros nombres manejados son políticos destacados, pero sin una real influencia a escala federal.

Construir la figura de un líder a solo tres meses y medios de las elecciones es una tarea poco menos que inabarcable. Cuando el senador Barack Obama manifestó por primera vez su intención de disputar las primarias, faltaba un año para las elecciones. The New York Times y otros medios le prestaron atención y empezaron a difundir perfiles suyos a partir de sus primeros éxitos, más adelante vieron en él a un gran orador, los mítines multitudinarios vinieron luego y su viaje a Europa cerró el ciclo de presentación y movilización de quien hasta muy poco antes era un perfecto desconocido más allá del estado de Illinois. No hay forma de poner en marcha una operación de parecido calado. Es posible que el voto del miedo y el hallazgo de un candidato con gancho desde el primer día pueda erosionar el espíritu de victoria de Trump y active los resortes de la participación, pero para ello es preciso que los prolegómenos hasta que Biden renuncie sean lo más cortos posible. Hay en las últimas declaraciones del presidente un cambio de tendencia desde que dijo que solo el todopoderoso lo apartaría de la carrera, pero hasta que no se traduzca en una decisión en firme, el candidato republicano se sentirá cada día más fuerte que el anterior, con el parche en la oreja derecha que han adoptado algunos, bastantes, acaso muchos de sus seguidores, convertido en un efectista eslogan mudo de campaña. Tan rotundo como el Make America Great Again.