Opinión | Crisis en el partido demócrata
Periodista
Albert Garrido
Periodista
Trump, exultante; Biden, en el ocaso
Movilización demócrata para retirar a Biden
Mientras la nominación de Donald Trump ha consumado la mutación del Partido Republicano, entregado al culto a la personalidad y empeñado en un discurso específico dirigido a los obreros industriales de la región de los Grandes Lagos y del Medio Oeste, víctimas primeras de la globalización, sigue el Partido Demócrata empantanado en una operación sin tregua de desgaste a causa de la irremediable erosión del presidente Joe Biden y la resistencia de este a retirarse de la carrera presidencial. Trump surfea en la cresta de la ola, con todas las encuestas favorables, mientras Biden, convaleciente de covid, se limita a emitir difusas señales de cambio en su disposición a renunciar a la carrera, con todos los análisis adelantando un descalabro demócrata.
Trump ha desmantelado la tradición liberal republicana mediante un recurso permanente al populismo y la impugnación de las convenciones democráticas más elementales; el ocaso de Biden ha obligado al establishment demócrata a poner manos a la obra para lograr que antes de la convención cuente el partido con un candidato a la nominación capaz de presentar batalla con garantías o, al menos, de evitar una victoria arrolladora de Trump que le dé la mayoría en las dos cámaras del Congreso. El estado de euforia del Partido Republicano, acrecentado después del atentado, se traduce en la ausencia de disidentes en el apoyo al ticket Trump-Vance; el estado de alarma en el Partido Demócrata se deriva de tres datos esenciales: las donaciones en julio son el 75% inferiores a lo previsto, el 65% de los votantes demócratas cree que Biden es un candidato perdedor y todos los medios informativos liberales reclaman al presidente que se haga a un lado.
A diferencia de lo que ha sucedido en el bando republicano, cuyo sesgo ideológico a lomos de Trump cabe considerarlo una modificación completa de su código genético desde su fundación en tiempos de Abraham Lincoln, la necesidad acuciante de los demócratas no es cambiar sustancialmente el programa, sino cambiar el cartel para que alguien en plenitud pueda contrarrestar la demagogia vociferante de Trump. Las más que verosímiles informaciones que atribuyen a Barack Obama la petición a Biden de que se aparte de la carrera es una muy buena vara de medir de la profundidad de la movilización demócrata para evitar el desastre. Obama no es solo la personalidad demócrata más influyente, sino una de las que mejor conoce cuál es la capacidad real de quien fue su vicepresidente durante ocho años para salir airoso de un ejercicio de resistencia tan exigente como una campaña frente a un adversario con una agresividad más que conocida.
Quizá no sea Kamala Harris, opacada por cuatro años de una vicepresidencia sin alardes, la gran líder apropiada para entusiasmar al electorado demócrata, pero sí puede reunir las condiciones para retener parte sustancial de los 81 millones de votos que Biden sumó en 2020, sobre todo entre las minorías. Sucede, sin embargo, que a cada día que pasa se reducen las posibilidades de que ella u otra figura del partido pueda contrarrestar el mensaje divisivo que fundamenta el discurso de Trump. Y que ha instalado en la incertidumbre a los aliados, temerosos de que un regreso del republicano a la Casa Blanca ponga el statu quo patas arriba.
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