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Autonomías
Álex Sàlmon

Álex Sàlmon

Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO

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Una financiación con 'capuccino' para todos

En un Estado donde la educación y la sanidad están traspasadas a los gobiernos autonómicos debería ser relativamente fácil explicar que muy centralizado no está. Para lo bueno y lo malo

Feijóo insiste a sus barones en que no pueden hablar con Sánchez de financiación tras la grieta abierta por Mazón

El Gobierno evita fijar plazos para la financiación catalana y quiere explorar primero el terreno con Illa

Pedro Sánchez promete un sistema de financiación autonómica “más justo”

Agencia ATLAS / Foto: EP

España es un Estado federal, aunque algunos no se atrevan a decirlo por el qué dirán. Habría que preguntarse qué dirán de qué y quién. Unos por exceso y otros por el no vayan a pensar. Lo cierto es que, desde el redactado de la Constitución, aquello que era tan evidente lo llamaron nacionalidades, autonomías o regiones. Ya decía Josep Tarradellas, que 17 gobiernos autonómicos eran un exceso. Nueve parlamentos, cuatro cortes, tres asambleas y una junta, además de dos ciudades autónomas. Eso es España.

El pacto político entre ERC y el PSC para hacer president a Salvador Illa ha levantado todos los resquemores habituales cuando se habla de financiación. Si además se introduce el término singular, las alertas saltan y con la razón habitual del que, en realidad, no es consciente del país donde vive. Centralista o descentralizado.

Y no es tan complicado. En un Estado donde la educación y la sanidad están traspasadas a los gobiernos autonómicos debería ser relativamente fácil explicar que muy centralizado no está. Para lo bueno y lo malo.

Fue José María Aznar el primero que negoció con el nacionalismo catalán gestionar tramos de impuestos para lograr la presidencia del Gobierno. Aquel año, corría 1996, los acuerdos fueron de mucho calado. La marcha de la Guardia Civil y el traspaso, por ejemplo, de la gestión de los puertos de interés general, a través de la reelaboración o interpretación del artículo 149 de la Constitución que reserva al Estado la competencia exclusiva de los dos que existen en Catalunya, Barcelona y Tarragona, fueron ejemplos de concesiones que todavía se estudian y se citan como el primer paso a la descentralización actual.

Aquel acuerdo puso una base que debería ser recordada. Extraigo una cita del documento firmado hace 28 años. “Este nuevo modelo de financiación deberá descansar en los principios de suficiencia financiera, corresponsabilidad fiscal y garantía de la solidaridad entre las diferentes nacionalidades y regiones”.

Una relectura de aquel documento evidencia que, aunque el resultado fuera una progresiva desaparición del Estado en Catalunya, también existía un interés para que aquellos cambios acabaran, como agua fina, calando en todas las autonomías.

Algo parecido ocurrió cuando el conseller de Economía, Antoni Castells, en época de Pasqual Maragall y José Montilla, se sacó de la chistera un nuevo sistema de financiación. También se añadió que era resolutivo para todas las autonomías. El problema, entonces, era que nadie estaba dispuesto a afirmar que se venía encima una de las más terribles crisis financieras, que dejó la caja pública vacía y endeudada. Y de ahí, el fracaso posterior de la visita de Artur Mas a la Moncloa, con un Mariano Rajoy que también estaba ‘pelao’. Ni conciertos económicos, ni tonterías.

Ahora, la situación es muy diferente. Es cierto que Pedro Sánchez es capaz de amnistiar lo imposible por seguir durmiendo en la Moncloa, pero el mismo Feijóo sabe lo que les seduce a sus presidentes autonómicos: la música financiera que llega de Catalunya. Ya no es café. 'Capuccino' para todos.

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