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Justicia
Álex Sàlmon

Álex Sàlmon

Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO

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La pareja imposible: Llarena y Boye

A estas alturas, y tras siete años de escritos judiciales y actuaciones, lo que existe entre ellos ya es un enfrentamiento profesional obsesivo

Puigdemont denuncia en el CGPJ a Llarena por retrasar sus recursos por la amnistía pese a estar de guardia para capturarle

El jutge Pablo Llarena, en una imatge d’arxiu.  | JAVIER LIZÓN / EFE

El jutge Pablo Llarena, en una imatge d’arxiu. | JAVIER LIZÓN / EFE

La literatura procesal que quedará en las hemerotecas entre el juez Pablo Llarena y el abogado Gonzalo Boye será larga y entretenida. Los que disfrutan con las lecturas de procesos judiciales, aquellos que profundizan en la imaginación y la creatividad ante la exposición de un argumentario de defensa o de justicia, lo pasarán bien. Cada día nos sorprenden con una idea u otra.

Se ha escrito mucho sobre los perfiles profesionales y personales de uno y de otro. De dónde vienen y por dónde van. Se sabe que Pablo Llarena conoce bien Catalunya. Gran parte de su carrera profesional la ha pasado entre su gente y también la personal y familiar. No es un juez de la meseta, como diría algún independentista, aunque naciera en Burgos y se licenciara en Valladolid.

Antes de octubre de 2017, el momento en que admitió a trámite la querella de la Fiscalía General del Estado contra Carme Forcadell y los miembros de la Mesa, su conocimiento de la sociedad catalana era superior al de Gonzalo Boye. Este nació en Viña del Mar (Chile), estudió Ciencias Políticas en Alemania, llegó a España a finales de los 80, y en 1992 fue detenido y juzgado, y pasó 7 años, 11 meses y 23 días en prisión acusado de colaborar en el secuestro de Emiliano Revilla. La minuciosidad del tiempo está extraída de uno de sus libros. Un espacio temporal que aprovechó para estudiar Derecho en la cárcel por la UNED.

A estas alturas se conocen bien, puede que hasta se respeten, y actúan siguiendo el conocimiento que tiene uno del otro. Es cosecha propia, pero intuyo que primero se tomó más en serio Boye a Llarena. A estas alturas, y tras siete años de escritos judiciales y actuaciones, lo que existe entre ellos ya es un enfrentamiento profesional obsesivo, que no desmerece ni va en contra de los intereses del Estado, a quien se debe la justicia del juez, ni de la defensa de Puigdemont, en que se basa el éxito del abogado, con el gusto, además, de dejar en ridículo a la justicia española, siempre que Boye encuentre el vericueto para hacerlo.

Utilizo un argumento del abogado descrito en el prólogo de su libro '¿Cloacas? Sí, claro' (Roca Editorial, 2021). Sitúa aquello de lo que era consciente en el momento de ser contratado por Carles Puigdemont. Tres cuestiones. “1) Que técnica y profesionalmente era el mayor desafío al que se podría enfrentar cualquier abogado; 2) que a medida que fuésemos ganando batallas, se me iría haciendo pagar un precio cada vez más caro; y 3) que todo lo que hiciéramos y estamos haciendo formará parte de la historia de Catalunya, también de la de España y Europa”.

Estas cuestiones las podríamos trasladar al juez Pablo Llarena. Su desafío como juez es evidente, su pago ha sido muy elevado, increpado por radicales en la calle o en restaurantes, y marcada su casa como la de un enemigo, y, por último, sus textos. También pasarán a la historia de la judicatura.

La última es la denuncia que ha presentado el cliente de Boye en el CGPJ contra Llarena por retrasar los recursos por la amnistía. Dicho esto: ¿se odian? ¿se necesitan? Interesante relación.  

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