Opinión |
Parece una tontería
Juan Tallón

Juan Tallón

Escritor.

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Peor es mejor

Nos pasamos el tiempo haciendo cosas sin un sentido claro. Quizá porque no necesitamos el sentido para todo. El sentido es una idea que se llena con la simple acción

Este ingenioso truco viral con una baraja de cartas dejará tus llantas como nuevas

Este ingenioso truco viral con una baraja de cartas dejará tus llantas como nuevas

Me levanté temprano y puse bastante empeño en no hacer ruido para no despertar a nadie, y así desayunar y leer el periódico solo, sin tener que hablar. Pero al entrar en la cocina casi me caigo de culo al encontrar a mi hija haciendo un solitario. Debía de ser la primera vez en su vida que se levantaba antes que yo. Me asustaron más las cartas, sin embargo, que la acción suicida de madrugar de aquella manera. Y en vacaciones. Todo lo que vi poseía una pátina más bien absurda. «¿Qué haces?», pregunté, no resultase que las cosas no fuesen lo que parecían. Esto pasa bastante a menudo. Helena puso cara de no tener una explicación concluyente, y al final señaló con la barbilla a las cartas. No había más: en efecto hacía un solitario, mientras dejaba que se le enfriase la leche. Que fuese una extravagancia jugar al solitario a esas horas no parecía importar demasiado.

Nos pasamos el tiempo haciendo cosas sin un sentido claro. Quizá porque no necesitamos el sentido para todo. El sentido es una idea que se llena con la simple acción, como jugar a las cartas cuando te viene a la cabeza. Diez días antes, hablando de cartas, había hecho un viaje, y al reencontrarme con la niña de pronto sabía jugar a la brisca y el burro y hacer solitarios. Prefería la baraja a la televisión, la piscina, obviamente los libros. Un absurdo total. Transcurrieron dos días en los que visitó a los abuelos, y a la vuelta también dominaba la escoba. Al llegar la noche, la enseñé a jugar a las siete y media; de perdidos al río.

Por alguna razón, hacer todas estas cosas incomprensibles resultaba menos temerario que no hacerlas. No sé si lo entiendo, pero es así. De hecho, no acometer ciertas acciones produce algunos días verdadero pavor. Pavor de que te suden las manos, de querer que te trague la tierra. Pavor, en resumen. Ya no estoy hablando de las cartas ni de Helena. Cruzarse de brazos se presenta como una acción peligrosísima. Así que las haces, aunque no sea buena idea; peor es no hacerlas. Nos llevamos mejor con los arrepentimientos por actuar que con los remordimientos por no haberlo hecho.

Hace años, un amigo viajó a Mallorca con cuatro o cinco colegas para celebrar su despedida de soltero. Lo que sucedió allí está por contar, quizás porque todavía ni ellos saben qué ocurrió, y tiene que pasar más tiempo antes de averiguarlo. A la hora del regreso, uno se desmarcó del plan original, y anunció que no tomaría el avión con el resto: regresaría a Galicia solo… ¡en velero! Nadie entendió su reacción. Intentaron disuadirlo de todas las maneras, como cuando en aquella novela de Antonio Di Benedetto un personaje amenaza con suicidarse desde lo alto de un edificio, y un policía lo apunta con su arma y le dice que o cesa en su actitud o le pega un tiro. «Es peligrosísimo hacer una travesía así», le advirtieron, a lo que él respondió «A lo mejor es más peligroso no hacerla». Supongo que la vida premia la actividad, que existe una tradición a favor de la acción y en detrimento de la quietud.

Suscríbete para seguir leyendo