Opinión |
Parece una tontería
Juan Tallón

Juan Tallón

Escritor.

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El fin de algo

Lo mejor de los veranos es la sospecha de que durarán y no dejarán preocupaciones

Este verano no olvides las gafas de sol: 5 recomendaciones para cuidar la salud de tus ojos

Este verano no olvides las gafas de sol: 5 recomendaciones para cuidar la salud de tus ojos

Queda la duda de si el fin del verano es una fecha, o un intervalo, o un acontecimiento determinado, o simplemente un barrunto, una superstición, antes de hacerse poco a poco evidente, dramático, inevitable. Hay un instante en el que de pronto sabes que ya no te sientes capaz de cualquier hazaña vacacional absurda. Muy al principio, el verano favorece un estado de euforia en el que cualquier cosa que se te ocurra se te presenta como una irresistible aventura. Podrías creerte Daniel Dravot o Peachy Carnehan (dependiendo si te gusta más Sean Connery o Michael Caine) en 'El hombre que pudo reinar', a punto de cruzar la cordillera del Hindu Kush a la absurda conquista del reino de Kafiristán, y diciendo «Si pudo hacerlo un griego», por Alejandro Magno, «qué no harán dos ingleses». Lo mejor de los veranos es la sospecha de que durarán y no dejarán preocupaciones, ni dedos rotos, ni rupturas, solo placeres, anécdotas, risas, gastos, mientras la existencia flota y solo las cosas sin importancia la tienen.

Bajo este panorama, pensar en que el verano se acaba, como pura hipótesis, como un cromo del futuro que te cae en las manos, tal vez ya implique en cierto modo su final. A las malas, cuando tienes tendencia a adivinar fantasmas, ese instante está detrás de casi todo, incluido detrás de un tetrabrik de leche que no alcanza para el desayuno, de una canción que lleva sonando dos meses sin parar, y ya huele, de una mañana con cielo gris, del comienzo de unas obras en la calle, de la clausura de los Juegos Olímpicos, de un tobillo torcido en la piscina, de la necesidad de una chaqueta…

Pero si fuese realmente una fecha, también habría discrepancias en qué día habría que fijarla. Tengo un amigo que considera que lo mejor del verano se acaba cuando pierde las gafas de sol. Casi todos los años las pierde, y hay drama. Porque qué es un verano sin un momento de gran felicidad que queda repentinamente enturbiado. A veces, en el caso de mi amigo, la pérdida de las gafas se produce al tercer día de vacaciones, y a veces al penúltimo. Es siempre un feo revés. No obstante, cuando no las pierde, el verano también encuentra su final, si bien el telón cae de otra manera, sin dejar un reguero de sangre, digamos.

El fin del verano no significa más que ese instante que todos esperamos, mientras nos decimos a nosotros «Ojalá no llegue nunca», para cubrirnos las espaldas. El fin de las cosas rara vez se compensa al pensar que antes o después volverán al principio y quizá nos devuelvan su esplendor. Nadie se consuela sabiendo que el año próximo de nuevo regresará el verano, sino alargando el actual, y que septiembre se vuelva la extraña manera que tiene agosto de no morir aún. Alargamos un sábado para que nunca sea domingo, alargamos unas tareas para no afrontar otras peores, alargamos una conversación, una cena, un misterio, alargamos una noche, un helado, el esplendor de los treinta. A veces no le pedimos nada a la vida, solo eso, que dure un poco más, qué le cuesta.