Opinión
Emma Riverola

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Escritora

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La ira de un dios impotente

No hay semana que el asesinato de una mujer no ocupe un titular. La geografía es un mapa saeteado de lazos negros

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Una mujer víctima de violencia machista, con su agresor

Una mujer víctima de violencia machista, con su agresor / Freepik

Trato de imaginar el impulso que lleva a un hombre a levantar la mano a una mujer que dice amar. A insultarla. A humillarla. A querer dañarla. Rebusco en mi interior buscando una furia incontenible. Quizá no encuentro momentos, pero podría inventarlos. Tal vez el dolor inmenso de una muerte inesperada. Supongo la ira y la impotencia inundándolo todo. La presa de la contención volando por los aires. Un desbordamiento de puños crispados y lamentos desesperados… Me cuesta imaginarlo.

No hay semana que el asesinato de una mujer no ocupe un titular. La geografía es un mapa saeteado de lazos negros. La ONU afirma que la violencia de género “tiene su origen en la desigualdad de género, el abuso de poder y la existencia de normas dañinas”. Sabemos la teoría, conocemos las palabras y tenemos los medios para denunciarla. Pero, aún así, el goteo de muertes es incesante. Nos faltan armas para combatir la violencia machista, es evidente. Y quizá explorar más campos de batalla.

La violencia forma parte del legado cultural masculino. En las líneas de la historia y los relatos, en las pantallas de los cines, se ha paseado una legión de hombres ásperos, impetuosos, de puños fáciles y gatillos aún más fáciles. Criaturas a imagen y semejanza del dios más antiguo. Ese ser bíblico iracundo, implacable, caprichoso y tiránico, más ocupado en apuntalar su poder que en procurar la felicidad de sus fieles. Por el contrario, las mujeres han recibido una herencia de silencio, comprensión y obediencia. Para ellos, la vehemencia. Para ellas, la mesura. Al fin, una mortaja para la libertad. Sólo décadas de lucha ha conseguido deshilacharla.

Demasiadas veces, la ira ha sido entendida como parte intrínseca del hombre (incluso tocada por un halo de divinidad). Reprimirla, liberarse de ella ha sido el camino de la mayoría, pero aún pervive cierta permisividad. La etiqueta de ‘crimen pasional’ hace mucho que quedó desechada. Ya no permite la justificación o la comprensión de la violencia machista. Pero, una cosa es su desuso y otra es que haya sido desterrada completamente del imaginario de algunos hombres.

La ira no es el motor de la violencia de género. No sirve para explicarla ni para excusarla. No hay pérdida de control cuando se comete una agresión. Al contrario. Se trata, más bien, de un ejercicio de control. Al fin y al cabo, los maltratadores no van golpeando a sus jefes cuando se sienten frustrados. Pero, en muchos casos, la furia sí es el carburante de la voluntad de sometimiento. Una furia que llega a cometer el daño más irreparable.

La cólera no es una coartada, pero quizá no deberíamos desecharla por completo en el combate de la violencia machista. Conseguir ofrecer modos de aplacarla, de desmontarla y de hacer comprender su inutilidad. La ira, alimaña insaciable, solo provoca desaliento y dolor. En 2023, se cometieron 53 feminicidios en España. Catorce de los agresores se suicidaron, seis lo intentaron. No hay dios más débil, más impotente, que el que no es capaz de salvarse ni a sí mismo.

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