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Emma Riverola

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Escritora

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Sal en las heridas

Frente al esfuerzo por buscar nexos de unión y ofrecer soluciones, Puigdemont sigue empecinado en dinamitar cualquier puente

Illa sale en defensa de la financiación singular: "Catalunya no quiere ser ni más ni menos que nadie"

Junts reprocha a Illa sus vacaciones y le acusa de "haber ido contra el autogobierno" en 2017

El expresident de la Generalitat Carles Puigdemont, en una conferencia política de Junts en Elna, Francia.

El expresident de la Generalitat Carles Puigdemont, en una conferencia política de Junts en Elna, Francia. / MARC ASENSIO CLUPES

Junts ya ha anunciado -e iniciado- una oposición dura al Gobierno de Salvador Illa. Puigdemont, traicionando su anuncio de abandonar la primera línea política, se posiciona como jefe de la oposición. Por voluntad de los tribunales, más de facto que formal.

La contienda política queda, pues, perfectamente dibujada. Incluso alcanza trazas de caricatura. A un lado, un presidente que se esfuerza en presentarse como un bálsamo cicatrizante. Al otro, un agitador obstinado en impedir la curación. Frente a las promesas a granel del ‘procés’, Illa fija su mirada en la vida cotidiana y se compromete a mejorar los servicios públicos. No más ponis trotando graciosamente sobre el arco iris hacia la nada. Al fin, el Estado del bienestar como utopía.

Apelar a los servicios públicos es una forma humilde y sigilosa de (re)construir un ‘nosotros’. Todos sufrimos las listas de espera en la sanidad pública, la falta de recursos en la educación o la locura del mercado inmobiliario. Frente a ese esfuerzo por buscar nexos de unión y ofrecer soluciones, Puigdemont sigue empecinado en dinamitar cualquier puente. Ensimismado, se presenta como adalid de un movimiento que ya ha perdido sus mejores prendas. En el ‘procés’ confluyeron múltiples afluentes. Desde los que veían en la independencia una posibilidad de reafirmación nacional y cultural, hasta los que la contemplaron como una oportunidad para la justicia social. Pero muchos de esos cauces ya se han secado. Y algunos se han enlodado, deviniendo pura xenofobia. Es lo que ocurre cuando se exalta la pureza. A falta de independencia, aparecen ensoñaciones de pureza virginal.

Basta asomarse a X. Puigdemont habita en la red social de la crispación. En sus ataques a socialistas y republicanos, destila un desprecio difícil de digerir. Más que ejercer una oposición dura, se esfuerza en echar sal sobre cualquier terreno compartido. También sobre las heridas. Extraviado el sentido de la responsabilidad, convertido en tejedor de la desesperanza, ya ha perdido la capacidad de ofrecer un futuro.

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