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Emma Riverola

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Escritora

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Miedo a las serpientes

 Darle la vuelta al miedo. Voltearlo. Deformarlo. Transformarlo. Conseguir que no trabe nuestros pasos, sino que nos ayude a impulsarnos. ¿Es posible? ¿Hasta qué punto?

Inmigración

Inmigración

En 2006, la antropóloga estadounidense Lynne Isbell dio a conocer su teoría sobre el papel determinante que las serpientes han tenido en la evolución de los primates. La necesidad de reconocer a esos ofidios estaría detrás de la capacidad de humanos, simios y monos de ver el mundo en colores vivos, nítidos y tridimensionales. La hipótesis de Isbell pronto se vio apoyada por la comunidad científica. Sucesivos estudios corroboraron que los primates detectan más rápidamente imágenes de serpientes que otros estímulos. Isbell también ha especulado sobre cómo las serpientes pudieron influir en la capacidad humana de señalar el peligro. Señalar para advertir a otros. Señalar para conjurar un temor ancestral.

El miedo a las serpientes salpica la memoria cultural, desde las tradiciones folclóricas hasta las manifestaciones artísticas y literarias. En la ‘Divina Comedia’, Dante Alighieri condena a los ladrones a un foso lleno de serpientes. Los reptiles se ciñen a las manos de los infelices, se estrechan a sus cuellos hasta asfixiarlos, constriñen sus extremidades paralizándolos. Entre todos los condenados, Cianfa -se especula que podría ser Cianfa Donati, político y ladrón- llega al extremo de sufrir una metamorfosis: serpiente y hombre convertidos en un único ser monstruoso.

El miedo es una alarma natural imprescindible para protegernos. Es escudo, pero también arma. Sobre todo, en manos de aquellos que excitan y alimentan ese miedo. Cuando el temor se instala en las calles, el clamor por la seguridad acaricia la ambición de los autoritarios. Las dictaduras están preñadas de tiranos que se auparon sobre el caos. El mismo caos que ellos habían alentado previamente.

Este verano hemos visto el Reino Unido convulsionar por manifestaciones violentas azuzadas por la ultraderecha. Políticos sin escrúpulos, sin más ideología que el poder e incapaces de ofrecer bienestar y esperanza, llevan años sembrando el odio. Una campaña de bulos hizo el resto. Nada que no suframos en carne propia. Basta recordar esos tuits miserables de Alvise y concejales de Vox señalando falsamente a migrantes como los asesinos del pequeño de Mocejón.

El odio al diferente es tan antiguo como el temor a las serpientes. Tener miedo a la migración no solo es injusto, sino que nos debilita. De forma individual nos convierte en seres temerosos e intransigentes. Como sociedad nos impide reconocer todas las oportunidades que ofrece una inmigración que, es más, necesitamos. Los que claman por las deportaciones masivas, solo roban nuestro futuro y envenenan la convivencia. Políticos transfigurados en serpientes que juegan con nuestro miedo. ¿Hasta cuándo?

El temor a las serpientes nos hizo cambiar la mirada, alzarnos sobre nuestros pies y señalar el peligro para proteger a los demás. Quizá solo se trata de seguir evolucionando. Y saber distinguir de una vez las verdaderas serpientes.

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