Opinión |
Esquerra Republicana
Joan Tardà

Joan Tardà

Exdiputado de ERC.

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¿Independencia vs. República Catalana?

Convertir un partido como ERC en la casa común de las personas de ideario progresista, que persiguen la plena soberanía bajo la forma de una república, ofrece una oportunidad para hacer realidad mayorías populares que destaquen

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EFE

Han fracasado todos los intentos de resucitar electoralmente lo que había sido el pujolismo convergente (de Germà Gordó a Marta Pascal, pasando por David Bonvehí...). No solo porque demográficamente, sociolingüísticamente y culturalmente la Catalunya donde floreció ha ido desapareciendo, sino también por los efectos políticos del proceso de independencia. No se trata de un fenómeno estrictamente catalán. En Europa, el espacio político representado históricamente por la democracia cristiana y la derecha moderada y europeísta ha ido perdiendo volumen en favor del relato ultraderechista, a pesar de que lo vivido aquí desde los años previos al 1-O difuminaron la percepción.

Sin el lastre del pasado, pues, todo de cara para que Junts per Catalunya pueda hacer girar el congreso anunciado alrededor de cómo lograr la implantación de un partido político de un independentismo explícito y contundente. Tan patriótico como moderada su ambición de intervenir en la economía a través de los poderes públicos, como poco progresiva la equidad fiscal defendida, temblorosa la respuesta frente al fenómeno inmigratorio y conservadora ante la explotación sufrida por la mayoría de la población condenada a la precariedad salarial y habitacional. De aquí que, atendiendo a los vertiginosos cambios demográficos, a las nuevas realidades sociolingüísticas e identitarias y a las conclusiones obtenidas al cruzar el electorado 'juntaire' con los niveles de renta, su proyecto social no tiene ninguna posibilidad de lograr mayorías independentistas. A lo sumo, el horizonte de Puigdemont estará limitado a pretender hegemonizar al independentismo, fagocitando a ERC.

Corresponde, pues, al republicanismo interpretar de manera diferente la Catalunya de los ocho millones. Mantener, al fin y al cabo, el rol histórico forjado desde su eclosión como corriente de pensamiento siempre asociada a modernidad, a innovación y a asunción de las contradicciones sociales que plantean las sociedades inmersas en procesos de transformación acelerada. Justo es decir que, a ERC, el reto ni le llega en mal momento, a las puertas de conmemorar el centenario de su fundación en 1931, ni se le presenta con los deberes por hacer. Prueba de ello es que ninguna de las candidaturas destinadas a competir en el próximo congreso pondrá en cuestión la imprescindibilidad de lograr el anhelo perseguido a través de un proceso de acumulación de fuerzas suficiente como para que una mayoría independentista/soberanista acompañe al conjunto del catalanismo político a construir una solución política de carácter referendista. Una tarea llevada a cabo bajo el liderazgo de Junqueras/Rovira que ha ofrecido dos ejemplos muy esclarecedores de su dificultad. Por un lado, los resultados muy ajustados en la consulta para la investidura del president Illa y, de otra, la resiliencia demostrada ante el precio electoral pagado por haber planteado la batalla ideológica de la búsqueda de colaboración (¡ojalá recíproca, activa y creciente!) con el socialismo y otras formaciones de izquierda. Con un objetivo, hacer posible una financiación singular (más autogobierno) y hacer rentable la convención nacional para la resolución del conflicto, la herramienta adecuada pactada entre ERC y PSC que satisface a ambas partes: reconoce la afirmación de Illa de que los catalanes tienen que buscar entenderse y, a la vez, da la razón a los independentistas en que el conflicto con el Estado existe. Es decir, que hay que resolverlo democráticamente.

Habrá que comprobar, aun así, si el republicanismo se queda corto. Si es capaz de encarar los nuevos tiempos sin rémoras que le impidan llegar a las nuevas generaciones, a los nuevos votantes, muchos de los cuales conformados ideológicamente sin la impronta del catalanismo político. Atención, pues, si el partido decano de Catalunya afronta (el debate, tarde o temprano, tenía que llegar) la necesidad de dejar de ser exclusivamente el partido de los republicanos de izquierda independentistas y se convierte en el partido de la ciudadanía que aspira a la proclamación de la República Catalana. Sin duda, convertir un partido político tan consolidado como Esquerra Republicana en la casa común de las personas de ideario progresista, que persiguen la plena soberanía bajo la forma de una república, ofrece una oportunidad para hacer realidad mayorías populares que destaquen, y todavía será más remarcable en los próximos años, por su heterogeneidad.

Seguro que reconocer estatutariamente que “República catalana” e “independencia” ni son conceptos antagónicos ni necesariamente idénticos ofrecería al republicanismo un camino muy ancho por donde transitar.

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