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Un curso problemático y esperanzador

Aula de I5 en una escuela catalana, el curso pasado.

Aula de I5 en una escuela catalana, el curso pasado. / Jordi Otix

Este lunes empieza un nuevo curso escolar que se presenta con múltiples problemáticas, desde las estructurales a las más coyunturales, con cuestiones de fondo por dilucidar, con una cierta sensación de fragilidad y de improvisación y con una consellera, Esther Niubó, que apenas ha tenido tiempo de ocupar su cargo para enfrentarse a una de las fechas decisivas en el calendario educativo. Quizás sea por eso mismo que el mensaje que transmite es el de continuidad en lo más esencial, al tiempo que se marca un objetivo prioritario, acorde con las indicaciones del president Illa: “Recuperar la confianza en el sistema educativo, el diálogo y el consenso con los docentes, estableciendo un nuevo modelo de gobernanza”.

El curso arranca con 1.610.346 alumnos y con una plantilla de 82.277 profesores, casi mil más que el pasado. Es decir, menos alumnado y más docentes nuevos, tantos como los 31.153 que pasaron a ser funcionarios en unas oposiciones impuestas por Europa para reducir la inestabilidad de las plantillas. Además, se ha dado el caso que las asignaciones definitivas de 62.000 docentes no se conocieron hasta la última semana de julio, con lo que ello conlleva de precariedad a la hora de confeccionar un claustro de profesores mínimamente homogéneo. Este es uno de los retos más delicados del curso y que afecta a numerosos centros.

Pero hay otros que podríamos calificar también de estructurales, como la discusión vigente sobre la recuperación de la sexta hora en la primaria pública, uno de los acuerdos del pacto de investidura con los Comuns, que la consellera prefiere no abordar hasta conseguir un consenso mayoritario, algo que también ocurre con la jornada intensiva en la ESO. La diplomacia que ahora exhibe el Departament d’Educació i Formació Professional (con la incorporación de la FP al propio nombre oficial de la conselleria, en un momento de crisis por los 31.000 alumnos sin plaza) va acorde con la voluntad de apaciguar unos ánimos que, en el sector educativo, han estado especialmente caldeados en los últimos años.

Este curso será también el primero sin móviles en las aulas, prohibidos en primaria y en ESO, una medida que dependerá del plan establecido por cada centro. Asimismo, aumentan las aulas de acogida para hacer frente a la conocida como “matrícula viva”, la incorporación durante el curso de alumnos sin escolarización previa, un aspecto que, en palabras de la propia consellera, “tensiona el sistema”. La previsión de una menor burocracia que libere a los equipos de dirección es una buena noticia para dar mayor cabida a la renovación pedagógica. Y también lo es, en un orden más coyuntural pero que afecta al futuro educativo, el plan para reactivar el refuerzo en matemáticas, en un intento de reformular el programa Florence que ha de hacer frente a los malos resultados del reciente informe PISA.

La escuela vive momentos delicados, con problemáticas como el uso de la lengua catalana como vehicular o con una creciente dificultad del profesorado para atender a la diversidad en lo que algunos expertos han calificado como una crisis de autoridad. No hay soluciones mágicas, pero si el intento global de pacificación de los conflictos existentes y de los latentes. Esta es la misión principal, hoy por hoy, del Govern, en el afán de luchar por una educación que sea pilar de convivencia y que aminore las grietas sociales.