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Joan Cañete Bayle
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Kenia, Francia, Afganistán: los múltiples rostros de la violencia contra las mujeres

El asesinato de la maratoniana ugandesa Rebecca Cheptegei es otro ejemplo más de la violencia de género que sufren las mujeres en todo el mundo

Muere la atleta ugandesa Rebecca Cheptegei, a la que su novio prendió fuego

Gisèle P., la mujer sedada por su marido y agredida por 51 desconocidos: "Me trataban como a una muñeca de plástico"

Muere la atleta ugandesa Rebecca Cheptegei, a la que su novio prendió fuego

Muere la atleta ugandesa Rebecca Cheptegei, a la que su novio prendió fuego / AP | VÍDEO: EFE

2:32:14. Rebecca Cheptegei corrió el maratón en los Juegos Olímpicos de París con un tiempo de 2:32:14. Mujer, atleta, ugandesa, ostentaba varios récords de atletismo de su país y era madre de dos chicas de 12 y 13 años. El domingo, su pareja se coló en su casa de Kenia con un bidón de cinco litros de gasolina, la roció de gasolina y le prendió fuego, según han informado las autoridades ugandesas. Rebecca murió en unos días, después de haber sufrido quemaduras en un 80% del cuerpo. 

Nueve años. Gisèle P. fue violada decenas de veces por desconocidos en su casa durante nueve años, entre 2011 y 2020. Su marido, Dominique P., la drogaba hasta dejarla inconsciente para que decenas de hombres la violaran mientras él grababa y fotografiaba el horror. En el macrojuicio a 51 hombres acusados de violación, entre ellos el marido, que ha conmocionado a Francia, se han desvelado detalles del infierno de Gisèle, como las únicas normas que regían en aquella casa del terror: aparcar lejos del domicilio, entrar de forma discreta, evitar el olor a perfume o tabaco, desvestirse en la cocina para no olvidar prendas en el dormitorio y calentarse las manos en el radiador para no despertarla. Y así durante nueve años, tiempo suficiente para acumular casi 4.000 vídeos y fotografías de los que la policía se incautó en los dispositivos electrónicos del marido.

Tres años. Este mes de agosto se cumplieron tres años del regreso de los talibanes al poder en Afganistán. En este tiempo, la situación de las mujeres en el país asiático se ha agravado. El último paquete de leyes aprobado por el ministerio de la Moral del régimen talibán de Afganistán incluye medidas como la de prohibir a las mujeres hablar en voz alta en las calles. Discriminadas en la vida pública y expulsadas de la educación, las mujeres afganas sufren un régimen de apartheid cada vez más extremo. Sin embargo, en la conversación internacional Afganistán apenas existe, la suerte de sus mujeres no es motivo de interés mediático, político ni diplomático. De vez en cuando, una nueva vuelta de tuerca genera algunos titulares y cierta indignación y, después, silencio.

Se trata de solo tres noticias de estos días. Hay más, muchas más, y se producen a diario. La violencia que sufren las mujeres adopta muchas formas y no sabe de fronteras, ideologías, credos ni clases sociales. El eje definidor es el género, como es bien sabido, por mucho que la niebla de las guerras culturales todo lo intente confundir. Hay muchos crímenes atroces y regímenes políticos y jurídicos abominables en el mundo, causados por diferentes y variadas causas, pero el que sufren las mujeres es de los más generalizados y persistentes. Es una obviedad.

Aun así, en la conversación pública occidental las guerras culturales han puesto en duda la existencia de la violencia de género, que un movimiento reaccionario con múltiples rostros (no solo de extrema derecha) ha convertido en uno de sus arietes contra el progresismo. Si en España Vox impone el léxico de la violencia intrafamiliar allí donde puede influir en el poder, en Estados Unidos una forma de interpretar el duelo electoral entre Donald Trump y Kamala Harris es en clave de confrontación entre el universo del feminismo, el ‘woke’ y el MeToo y la oleada reaccionaria, que allí es una constelación de siglas, desde los 'incel' hasta las 'tradwife', pasando por un machismo clásico de toda la vida que simboliza Trump

Los reaccionarios adoptan una estrategia sencilla: si el feminismo deja de ser visto como un movimiento que busca la igualdad y pasa a presentarse como una ideología identitaria de ciertas mujeres, el machismo puede argumentarse que es su (legítima) oposición ideológica. En ningún lugar estaba escrito que con el machismo no pudiera erigirse una política identitaria en la que se vieran reflejados muchos hombres y también mujeres. El mismo proceso de resignificar conceptos se da, por ejemplo, con el antirracismo (rebautizado como “buenismo”) y el racismo. Cambiado el significado de las palabras, las categorías sociales y los conceptos políticos, se construye una nueva realidad. Que se lo pregunten a los talibanes, que afirman que sus leyes discriminatorias buscan “promover la virtud y eliminar el vicio”. 

El problema es que las palabras disfrazan pero no ocultan la realidad. Y tras la niebla de la guerra de culturas, las mujeres siguen sufriendo violencia a diario en todo el mundo.

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