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Joan Cañete Bayle
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El primer 'cliffhanger' de Kamala Harris

Chicago cierra con la coronación de la vicepresidenta la primera fase de la estrategia demócrata ante Trump y da inicio a una campaña exprés muy incierta

Biden entrega el relevo a Harris: "Amo este trabajo, pero amo más a mi país"

Kamala Harris, lista para la coronación en la convención demócrata en Chicago

La vicepresidenta de EEUU, Kamala Harris

La vicepresidenta de EEUU, Kamala Harris / Europa Press/Contacto/Brent Gudenschwager

Con el paso de los años, las convenciones de los dos grandes partidos estadounidenses han dejado de ser el lugar donde el poder se hacía corpóreo (no en la pista donde se reúnen los eufóricos delegados, sino en las habitaciones cerradas, cargadas de humo de los cigarros, como dice la jerga política estadounidense) para centrarse en lo importante en la era de la política-espectáculo: la comunicación, la propaganda, la escenificación. Pocos lo entendieron mejor que Barack Obama, quien, como senador de Illinois en la convención de 2004, se dio a conocer con un discurso espectacular, y en la de 2008 iluminó el cielo de Denver, no con su mejor oratoria, pero sí con una alocución indudablemente presidencialista. En cuatro años, de convención a convención, aquel talento político se convirtió en presidente.

En demasiadas frases aparecen juntos los nombres de Kamala Harris y Obama, sobre todo en Europa, donde más que nunca muchos querrían votar en noviembre para evitar el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. La comparación con Obama le hace un flaco favor a la candidata demócrata por muchos motivos, pero sobre todo porque jugar la carta de lo extraordinario de su candidatura y posible presidencia (sería la primera mujer presidenta, y el origen indio y jamaicano de sus padres indica que el sueño americano aún es posible a una generación vista) no sirve para desmovilizar al electorado de Trump; más bien, al contrario, en estos tiempos de ‘woke’ y su reacción furibunda. En otros tiempos, Obama ganó evitando presentarse en todo momento como el candidato de los negros, una versión joven y moderna del reverendo Jesse Jackson.

Harris lleva a cabo un inédito y arriesgado experimento de comunicación política y estrategia electoral exprés nacido de la necesidad del ‘establishment’ demócrata, en pánico tras comprender al fin que con Joe Biden la victoria de Donald Trump estaba asegurada. En poco más de tres meses, Harris se ha convertido en la protagonista inesperada de una obra en tres actos o, mejor, de una serie en tres temporadas. La primera ha narrado la caída de Biden y el auge de Harris, y vivirá su punto álgido, su ‘cliffhanger’, esta semana con el discurso en la convención de Chicago. La segunda temporada se desarrollará entre septiembre y octubre, y tendrá sus puntos álgidos en los debates, los sondeos y los actos electorales en los estados clave (sin contar las sorpresas que las campañas en EE.UU. siempre deparan). La tercera temporada se centrará en la jornada electoral. Pero estos no son los tiempos de ‘El ala oeste de la Casa Blanca’ y su brillante verborrea: los capítulos deben ser cortos, a medida para las redes sociales y los ciclos informativos cada vez más breves. Viva TikTok y mueran la PBS, C-SPAN y las dobles sábanas de análisis de ‘The New York Times’.

Harris ha cumplido por ahora con creces las expectativas. Ha cambiado el estado de ánimo (al menos el mediático) de la contienda porque le ha robado el foco a Trump, todo un logro. Ha conseguido también unificar al ‘establishment’ demócrata e ilusionar a los donantes, esencial. No es Biden, lo cual también es crucial para movilizar a ese electorado (tanto conservador como progresista) que puede que no le guste Trump, pero que ya no confiaba en el presidente. La coronación en la convención disparará su popularidad y, con ello, sus datos en las encuestas. Del ‘cliffhanger’ de Chicago, Harris saldrá propulsada, dispuesta a conquistar las playas, los cielos y hasta la torre Trump. Para eso sirven las convenciones.

Pero la segunda temporada será más difícil. La base electoral de Harris la forman los votantes demócratas de toda la vida y aquellos que no quieren a Trump en la Casa Blanca. No es desdeñable, pero no es suficiente. En septiembre y octubre necesitará evitar fugas por su izquierda (Gaza como símbolo), movilizar a los suyos, desmotivar a los republicanos y lograr adeptos en el centro y también entre los votantes de su adversario. Si no lo logra, en noviembre los números en los estados clave no le saldrán. Hillary Clinton puede contar cómo acabó su serie, más bien una saga que se alargó durante dos décadas: no sirve de nada ser la candidata más votada en todo el país.

¿Le puede robar votantes a Trump Kamala Harris? Pasada la euforia de Chicago, noviembre depende en gran medida de la respuesta a esta pregunta.

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