Opinión |
Separaciones
Miqui Otero

Miqui Otero

Escritor

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Una gran fiesta para celebrar que todo acaba

Si cada vez que muere un idioma, se apaga una forma de ver el mundo, lo mismo pasa con una relación mínimamente especial

'Volveréis', de Jonás Trueba, gana el premio principal en la Quincena de Cineastas de Cannes

Crítica de 'Volveréis' de Jonás Trueba: la pareja, a pesar de todo

Una escena de 'Volveréis' de Jonás Trueba.

Una escena de 'Volveréis' de Jonás Trueba.

Cuantas menos ganas hay de abandonar algo, ya sea el verano o una relación, más duran las despedidas. Y si existen las fiestas del final de vacaciones, ¿por qué no una fiesta para el final del amor?

Algo cierto hay en el aire de esta idea, porque horas antes de ver la película más bonita que ofrecen ahora mismo los cines ('Volveréis', de Jonás Trueba), leía un capítulo del nuevo libro de la gran Leslie Jamison que abordaba exactamente eso: “Cuando yo era pequeña, antes de que mis padres se separaran, creía que el divorcio era una ceremonia como la de la boda, pero de signo opuesto: la pareja enfilaba el pasillo de la iglesia cogida de la mano y, una vez que llegaba al altar, se desasía para irse cada uno por su lado. Cuando una amiga de la familia puso fin a su matrimonio, se me ocurrió preguntarle: ‘¿Fue un divorcio bonito?’”.

Jamison piensa en ello cuando visita El Museo de las Relaciones Rotas para escribir su texto. Es una galería en una mansión barroca de Zagreb donde se exponen, en pedestales retroiluminados, objetos que son las ruinas de romances acabados. Hay, por ejemplo, una tostadora, un coche infantil a pedales, un módem artesanal, un dispensador de papel higiénico, un test de embarazo positivo, un test de drogas positivo, una lista de la compra, un hacha desgastada. Un veterano de guerra llevó en una bolsa de plástico la prótesis de la pierna que perdió en la guerra de los Balcanes: se la consiguió su enfermera y ese apoyo duró más que el noviazgo que iniciaron cuando se la puso. En una de las paradas de mi Interraíl europeo yo fui a este museo (recuerdo que la encargada de las entradas estaba escuchando a Oasis, otros ya separados entonces y reunidos ahora) y me chocó especialmente uno de los objetos: era un secador, con una nota debajo donde se leía: “Cómo te vas a ir de aquí. Con lo liso que te deja el pelo este clima”. Cuanto más aparentemente cotidiano o supuestamente inane es el objeto, más emociona, tal y como emociona una muñeca infantil, o una pipa a medio cebar, en los cascotes de una guerra.

Todos estos objetos son restos de civilizaciones bipersonales, con idiolectos secretos e intransferibles. Si cada vez que muere un idioma, se apaga una forma de ver el mundo, lo mismo pasa con una relación mínimamente especial.

Al cabo de un rato de leer esto, y de recordar aquello, justo el último día de vacaciones, cuando me despedía de ellas, fui a los cines Girona a ver 'Volveréis'. En la primera escena, una pareja habla a oscuras, con el típico bochorno que colea en los primeros días de septiembre. “Tendríamos que hacer una fiesta para celebrar que nos separamos”, dice ella. “Es una idea chula para una película”, añade. Y entonces vemos la película que va sobre cómo intentan separarse mientras llaman a amigos y familiares para invitarlos a esa celebración del fin de su relación. “Cada pasión tiene su espectador. No hay sacrificio amoroso sin un último acto teatral”, escribió Roland Barthes y parecen (o quieren) pensar ellos.

La película de Trueba es tan poco aparatosa como aparatoso es su punto de partida. Es sutil, divertida y tierna. Cuanto más insisten los protagonistas en que quieren separarse, más ganas tiene el espectador, que se suma al entorno de la pareja pensando 'Volveréis', de que no lo hagan.

Cuando le comunican al padre de la novia (Fernando Trueba, padre del director), que es quien expresó más de una vez lo de la fiesta de ruptura, que van a llevar a cabo su idea, él está probando la paella que ha cocinado. “Le falta sal”, es su respuesta. En el Museo de las Relaciones Rotas, también recuerdo un contestador, donde un ex llamaba imbécil al otro y justo después en el siguiente mensaje el padre le preguntaba por “qué tal tiempo hacía, si llovía”. Es lo de Kafka: irse a nadar poco después de estallar la guerra. Es todo lo que se separa mientras todo sigue.

La película, que juega con los códigos de la comedia romántica clásica, tiene un momento precioso en dos butacas anaranjadas que funcionan como el sombrero de 'Ninotchka', de Wilder y Lubitsch. Todo se expresa a través de los detalles. Y también de los objetos. Yo acabo de descubrir en mi bolsa de tela un envoltorio del helado Pata de pau, con un dibujillo de pirata, que mi hija se comió en el norte de Portugal minutos después de hacerse una herida en cada rodilla, cuando estrenábamos este verano.

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