Opinión |
Despedida
Miqui Otero

Miqui Otero

Escritor

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La increíble carta de despedida de un barbero de Barcelona

Esta es la carta que Juan Miguel Lucena, mi barbero, un barbero de toda la vida de Barcelona, envió a sus clientes hace unos días para anunciarnos que se jubilaba. En el momento de las despedidas hasta septiembre, leerla da unas ganas tremendas de vivir

Selfi de Miqui Otero y su barbero, Juan Miguel Lucena.

Selfi de Miqui Otero y su barbero, Juan Miguel Lucena.

"Me he jubilado. Tras 47 años, ha acabado mi vida profesional en este bendito oficio artesano. Un peluquero me acaba de comprar la barbería, así que he aprovechado para jubilarme.

En el momento del adiós al trabajo, puedo ser absolutamente sincero, sin necesidad de querer quedar bien: los años en esta peluquería que usted conoce han sido maravillosos. Lo han sido gracias a haber podido conocerlo y enriquecerme gracias a las conversaciones que hemos mantenido ¡Qué buenos ratos he pasado con usted!

Decía Wilde que la tragedia de ser viejo es que eres joven. ¡Qué gran verdad! Pese a que en mi interior siento ser el de siempre, soy consciente de que ya no es lo mismo. De que, tras tantos años de desgaste por este oficio de enorme esfuerzo físico e importantísima exigencia mental y emotiva, el cuerpo no se repone con la rapidez de antes. Me es indiferente que lo que voy a decir suene a tópico, pero mentiría si no le manifestase mi más auténtico, íntimo, telúrico, esencial y sincero agradecimiento. Los ratos con usted me han hecho mejor persona.

Mi abuelo y mi padre fueron barberos. Mi madre fue peluquera de señoras. Cuando ella se jubiló, la recuerdo llamando a sus clientas y llorando cuando les decía que dejaba la peluquería. En la inconsciencia y tontuna de mi (¡ay!) lejana juventud, no entendía por qué mi madre reaccionaba así.

Ahora lo entiendo todo.

Ahora la comprendo.

Mi padre decía: "Cuando era joven, quería jubilarme, y al llegar el momento, resulta que soy mayor". La edad adulta tiene colores y matices que la juventud no conoce. Ni comprende.

Estos sentimientos ambivalentes me están dominando ahora mismo.

Estoy conforme con la situación y al mismo tiempo me embarga una gran tristeza. Parece un jeroglífico, pero cuando el tiempo te alcanza, no entiendes qué ha pasado, ni cómo has podido llegar hasta aquí. Anteayer estaba en Bachillerato o en el Servicio Militar, todo estaba por estrenar, la vida tenía muchos capítulos por cumplir y, sin darme cuenta, hoy me estoy despidiendo profesionalmente. Tiene narices.

A la pregunta de cómo se veía de mayor, Lennon decía: "Sentado en el porche, revisando mi álbum de locuras". Mi álbum no tiene muchas locuras, la verdad, pero tiene cientos, miles, millones de vivencias, bonitas y enriquecedoras. Las que he vivido con usted en esos breves ratos del corte de pelo, pero que para mí han sido de lo mejorcito. De verdad.

Un proverbio ruso dice que la nostalgia es correr detrás del viento. No me gusta la nostalgia de garrafón. Me gusta lo positivo. Lo bueno. Lo bonito.

Me gustan las cosas que dan sentido a la vida, como por ejemplo, y entre otras muchas: Los Sírex, el Estudiantes de baloncesto, creo que en los Beatles cabe y está el universo entero, Los Salvajes, el Sporting de Gijón, los libros de José Luis Garci, el chocolate soluble Valor, Los Brincos, la Arquitectura Racionalista, los Atlas universales, el aire acondicionado salvajemente exagerado, Los Secretos de Enrique Urquijo, Manolo Morán, los muebles Art Decó, las estilográficas Mont Blanc, las fotos de Catalá-Roca, el olor de los lápices de colores Alpino, la cerveza de grifo, Fred Astaire, Micky y los Tonys, los bares madrileños con cabezas de gamba en el suelo, las novelas que son novelas, pasear al amanecer por una ciudad desconocida, el Diccionario Lafuente, la Bultaco Metralla GTS, lo castizo, sentarme en un banco de la avenida de Roma, las películas románticas (que tengan muchos amores), las zamburiñas, trasnochar, recordar a los buenos profesores, las iglesias construidas en los 70, las librerías de lance (que huelan mucho a polvo y humedad, por favor), hablar de discos, comprar discos, escuchar discos, la risa incontenible con amigos, las patatas fritas, la mirada de Spencer Tracy, el grupo Fotos de la Novia, pedir consejo cibernético a Alejandro, comprar más libros de los que pueda leer en dos o tres vidas, o que, directamente, no necesite (esos son los mejores); principal y esencialmente, estar con Rosa, mi esposa, y con Alejandro y Guillermo, mis hijos.

La vida está llena de cosas maravillosas.

Hoy está lleno de bendiciones.

Mañana, también.

Y pasado.

Llevaré con alegría, en lo más íntimo del corazón, la inmensa riqueza que usted me ha dado.

De v-e-r-d-a-d.

Todo este incontenible, inconexo, deslavazado (e insoportable) rollazo, únicamente era para decirle algo muy importante... Gracias”.

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