Opinión |
Sonrisa distópica
Miqui Otero

Miqui Otero

Escritor

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Del barcelonés como foquita agradecida

Una ciudad para guiris risueños, donde la sonrisa se impone porque eres paisaje, es una ciudad inhumanamente apocalíptica donde todos tenemos que sonreír como debe sonreír el bailarín justo después de darse un golpe en el meñique o de casi romperse una costilla en un giro

Brindis fotogénico en Brunch and the city.

Brindis fotogénico en Brunch and the city. / JORDI OTIX

La peor cara del día es la que tienes cuando despiertas, justo antes del primer café, y, sin embargo, en esta cafetería no podrás entrar si no sonríes.

Quizá hayan visto el vídeo en internet. Las puertas correderas de cristal del establecimiento cuentan con una cámara y el sensor solo se activa, dejando paso al cliente, si este sonríe. No tengo datos del punto exacto en el que está, pero sé que es en Barcelona por dos razones: 1) por detrás de los clientes pasan los taxis abejorro de la ciudad (pintados de negro y amarillo) y, 2, la cartelería del lugar es en inglés, como sucede en tantísimos locales mañaneros y también nocturnos de la ciudad.

Lo que podría no pasar de campaña publicitaria (si sonríes el café es gratis) o de anécdota graciosa a mí me parece un siniestro retrato de nuestros tiempos. Que un sensor invisible, al servicio de los dueños del establecimiento, te obligue a sonreír para dejarte entrar es parecido a que ese pistolero de los westerns te grite “¡baila!” mientras te tirotea los pies con una Colt 45. “Sigue bailando, Dancing Kid, y vivirás más años”, le dicen a uno en 'Johnny Guitar'.      

Se dice en todas las distopías, y también en textos filosóficos clásicos: no hay posibilidad de hacer el bien, si no te dejan hacer el mal. Si te obligan a sonreír, no estás sonriendo. Esa sonrisa es muy parecida a la que tiene que ofrecer por contrato el empleado de un comercio. Es, también, la de la nadadora sincronizada a la que la entrenadora le grita “¡trágate el vómito!” (y sonríe). Y la de la foquita que no recibe el arenque si no aplaude. Es una sonrisa distópica.

Este comercio no es el único en la ciudad. Vivimos en un lugar donde los nuevos quioscos modernos se llaman Good News (como si el 90% de los titulares de la prensa no fueran horribles) y donde, desde hace tiempo, en muchos lugares de café o 'brunch' o vermú hay eslóganes Mr Wonderful en las pizarritas de la puerta, como “deja la realidad fuera” o “los traumas no entran aquí”, como si los problemas fueran perros que pudieras dejar amarrados en la acera.

Los problemas que se dejan fuera crecen y se calcifican ahí mientras esperan a que vuelvas. Eso sucede en las cafeterías 'trendy', sí, pero también en las novelas (supuestamente de evasión, donde no hay conflicto), en las canciones (que evitan cualquier eco de la vida) o incluso en las vacaciones (especialmente en las de pulserita en 'resort'). Deberían ser esos tres espacios donde, más que abandonar los problemas, uno los incorpora, los mastica, se los traga o los procesa.

Una ciudad para guiris risueños, donde la sonrisa se impone porque eres paisaje, es una ciudad inhumanamente apocalíptica donde todos tenemos que sonreír como debe sonreír el bailarín justo después de darse un golpe en el meñique o de casi romperse una costilla en un giro.

Me gusta imaginar la cara que pondría Honoré de Balzac, el genio de la literatura que se zumbaba 24 cafés diarios para escribir su ciclo de 'La comedia humana', si se viera varado en esa puerta y obligado a sonreír. O, mejor aún, a Noel Gallagher, de la banda Oasis, que ha confesado que sonríe tan poco que la IA de reconocimiento facial de su teléfono no le reconoce (y, por tanto, no desbloquea su móvil) si él sonríe ante la cámara.

O a Dean Martin, incluso, que por lo visto amanecía con la peor cara picassiana día tras día. Pero que decía: “No envidio a la gente que despierta sonriente y sin resaca. Porque es triste pensar que eso es lo mejor que van a sentir en el resto del día”. 

Suscríbete para seguir leyendo