Caprichos sí
Una obstinación de vez en cuando, una excentricidad, ¿qué mal hacen?
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Regalos. / PIXABAY (blickpixel)
Todos seríamos personas maravillosas si fuésemos diferentes, en lugar de como somos. Pero eso difícilmente va a suceder, de modo que somos así, sin solución. Cierto que podemos cambiar algunas cosas, o muchas, pero no todas las necesarias para convertirnos en maravillas. Entre estas se encuentran siempre los mejores defectos, por llamarlos así, esos a los que nos aferramos porque pensamos que no merece la pena renuncia a ellos, ya que en el fondo no se trata de defectos, sino de rasgos (?). Y aquí entra quizá uno de los más intrigantes y hermosos: el capricho. Tener caprichos no demasiado exagerados es una de esas circunstancias que nos otorgan identidad y encanto, y que nos vuelve agradablemente incorregibles, y también encantadores por ello.
Un capricho admite muchísimos grados, que van del atropello a la fantasía. Hay un momento en la vida, hacia la infancia, que tus padres se esfuerzan en mantenerte a raya, por si pretendas siempre salirte con la tuya e imponer tus gustos a los del resto. Pero un capricho, una obstinación de vez en cuando, una excentricidad, ¿qué mal hacen? Cuando leí por segunda vez 'Leviatán', de Paul Auster, se me quedó grabado el personaje de Maria Turner, una joven artista neoyorquina que se entregaba a proyectos que nacían «tanto de un deseo de hacer arte como de la necesidad de entregase a sus obsesiones, de vivir subida exactamente como deseaba vivirla». Desde los catorce años había guardado todos los regalos de cumpleaños aún envueltos, ordenados cronológicamente. Algunas semanas hacía una dieta cromática, limitándose a alimentos de un solo color cada día, y otras incluso una alfabética. En una época distinta, se fascinó con un misterioso hombre, Mr. L, del que le desagradaba cómo vestía, y durante meses estuvo enviándole ropa anónimamente, sin llegar nunca a conocerlo en persona. Su capricho más ambicioso fue comprarse un camión Dodge y recorrer el país pasando dos semanas en cada estado, donde trabajaba de lo que fuese. Maria vivía como cualquiera sueña: como le daba la gana.
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