El asesor
A veces dudo qué les gusta más, si las soluciones, casi mágicas, o los problemas, hipnóticos como el fuego
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Un hombre se ajusta una corbata / 123RF
Entre la multitud asoma de vez en cuando un profesional enigmático: el asesor. A veces da gusto mirarlo, como da gusto mirar una hormiga cargando el cadáver de una mosca, o el Cristo do Corcovado, o al malabarista del paso de peatones. Me fascinan los asesores cuando son muy influyentes, por lo que tienen de astutos, de subrepticios, de susurrantes, de «mano derecha». No son un invento moderno. Siempre hubo. El paso del tiempo refinó su nombre, sus cometidos, su transcendencia, hasta convertirlos en especialistas en soluciones y problemas, en un mundo cada vez más complejo, confuso, desesperado. Hacen algo que tú no sabes hacer, o no puedes, o no tienes tiempo, ni ganas, o no debes hacer, simplemente, porque tienes las manos ocupadas o limpias. Son hacedores en tu nombre.
A veces dudo qué les gusta más, si las soluciones, casi mágicas, o los problemas, hipnóticos como el fuego. Si no tienen problemas, salen a la calle a cazarlos para poder solventarlos y reivindicarse como genios. «Búscate un buen problema; sé alguien» podría ser su lema secreto. Su vida profesional no tiene demasiado sentido sin dificultades que desarmar. No sé si también ellos lo piensan, o lo pienso yo, que, para ser francos, ejercí de asesor en el pasado. Sin dificultades, ¿quién iba a comprar su audacia, su ímpetu, su eficiencia? Su negocio se iría a la ruina si las cosas no se torciesen en el momento más inesperado.
Al asesor tiene alma de guía. Seguramente es el que siempre decía «conduzco yo» cuando iba a alguna parte en coche con los colegas, demasiado borrachos. El asesor es un experto en pensar y actuar por los demás. «Si yo fuese tú...» podría ser su comienzo de frase preferida. También es un experto en no alimentar dudas, o, en todo caso, en alimentar menos que sus superiores. Es un experto en ser experto. Cree tener una ligera idea de cómo se comportará la dificultad venidera, y por dónde debe ir su solución. Después de todo, la pregunta que más angustia a quien le paga es «¿Qué me va a pasar?» Por supuesto, el asesor no es infalible. Hay cosas que ignora, cosas que no salen como esperaba. Pero cuando falla, nunca se viene abajo, al contrario, porque entonces lo que tiene es un problema el doble de grande y bonito, y una solución aún más genial que las anteriores.
En casos excepcionales, el asesor muta en gurú. Ejerce un grado superior de asesoría. El gurú se ve como un genio. Se encierra contigo a solas y te adelanta detalles de cómo se va a presentar el futuro, y cómo actuar para que te sonría. Esa discreción con la que comparte algo que solo él parece dominar, alienta la leyenda de si existe o no existe. El gurú no se deja señalar. Es gurú en la oscuridad, en la leyenda. Nunca se anda por las ramas: aparece de vez en cuando con un informe secretísimo que explica por dónde salir del laberinto en el que estás metido con éxito, más fuerte, más alto, más guapo, lo que no evita que, al final del laberinto, el gurú se meta una buena hostia. Y tú con él.
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