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Guerras
Jesús A. Núñez Villaverde

Jesús A. Núñez Villaverde

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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Los drones han llegado para quedarse

Su facilidad de manejo, su versatilidad para llevar a cabo múltiples tareas y su bajo coste convierten estos sistemas aéreos pilotados remotamente en sistemas altamente demandados

Rusia denuncia un ataque masivo ucraniano con drones contra cinco de sus regiones

Archivo - Drones utilizados por Ucrania

Archivo - Drones utilizados por Ucrania / -/Ukrinform/dpa - Archivo

Dejando aparte las armas nucleares estratégicas, no hay una sola arma que por sí sola determine el devenir de una guerra. Pero es obligado admitir que la irrupción en el campo de batalla de algunos ingenios humanos -desde el uso del estribo hasta la ametralladora, por citar solo dos casos- ha tenido un efecto sustancial en el desarrollo de muchos conflictos violentos; sobre todo, hasta que el mismo desarrollo tecnológico que los alumbraron no cree otro artilugio que neutralice o amortigüe sus efectos. Y eso es precisamente lo que ocurre hoy con la entrada en servicio de una amplísima gama de sistemas aéreos pilotados remotamente (RPAS o, más coloquialmente, drones), sin olvidar que también existen variantes terrestres y navales.

Su facilidad de manejo, su versatilidad para llevar a cabo múltiples tareas -desde el reconocimiento y la vigilancia de zonas de interés hasta el ataque y la destrucción de objetivos- y su bajo coste en comparación con los sofisticados sistemas de armas a los que sustituyen a la carrera y a los que pueden destruir, junto a cualquier tipo de objetivos civiles, los convierten en sistemas altamente demandados, tanto por ejércitos regulares como por grupos armados de todo tipo. Aunque su origen militar se remonta a la guerra de Corea, es en lo que llevamos de siglo cuando se ha producido un salto espectacular aprovechando las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial, lo que se ha traducido en la aparición de drones miniaturizados que están revolucionando los procedimientos de combate de pequeñas unidades, junto a otros de mayor envergadura y autonomía que pueden batir objetivos a 2.000 kms de distancia.

A primera vista, parecería que están llamados a modificar radicalmente la estructura y el funcionamiento de los ejércitos. Así, se apunta que los aviones, tanto de reconocimiento como de ataque, tienen los días contados ante la aparición de naves no tripuladas como el estadounidense XQ-67A, aunque es más probable que el futuro cercano se concrete en un piloto que al no tener que ocuparse de manejar el avión podrá atender a otras tareas que todavía necesiten el componente humano para cumplir su misión. Y lo mismo sucede con el porvenir de los carros de combate y otros vehículos blindados, muy expuestos a los ataques de enjambres de drones, que pueden saturar sus defensas y convertirlos en blancos fáciles.

En todo caso, nada de eso los hace invulnerables y, como tantas veces ha ocurrido antes, de inmediato se ha activado el proceso para contrarrestar sus efectos. Más allá de crear zonas que inhiben las señales remotas que necesitan los drones para operar, se trata también de emplear sistemas de detección, bloqueo y destrucción física ante una amenaza que ya se percibe como altamente inquietante, tanto para la defensa territorial de un país como para las unidades armadas desplegadas en zona de combate.

Estamos, en definitiva, ante una versión actualizada de la eterna lucha entre la espada y el escudo, en la que, de momento, lleva ventaja la primera, como bien se demuestra en la guerra en Ucrania, por la maestría con la que las fuerzas ucranianas están haciendo frente a un enemigo muy superior pero anclado todavía en unos procedimientos de combate excesivamente rígidos. Mientras llega el momento en el que los sistemas 'antidrón' logren equilibrar la balanza queda claro que también los genocidas y los asesinos cuentan con drones y que, en el horizonte inmediato, ya asoman sin freno los sistemas de armas completamente autónomos.

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