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Espionaje
Jesús A. Núñez Villaverde

Jesús A. Núñez Villaverde

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).

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Rusia y Occidente intercambian prisioneros, pero nada más

La liberación de prisioneros políticos encarcelados en Moscú a cambio de convictos y espías rusos no debe interpretarse como una señal de que estamos ante un giro drástico en las relaciones entre quienes se ven irremediablemente como rivales, cuando no como enemigos

Congresistas de Estados Unidos denunciando la situación de los ciudadanos estadounidenses Trevor Reed y Paul Whelan

Congresistas de Estados Unidos denunciando la situación de los ciudadanos estadounidenses Trevor Reed y Paul Whelan / MICHAEL BROCHSTEIN / ZUMA PRESS / CONTACTOPHOTO

Lo ocurrido ayer en el aeropuerto de Ankara es, sin duda, una buena noticia. Tras casi dos años de negociaciones discretas que han implicado a varios gobiernos, allí se ha producido el mayor intercambio de prisioneros entre Rusia (y Bielorrusia) y Occidente desde el final de la Guerra Fría. Moscú ha liberado a 16 prisioneros políticos a cambio de 10 convictos y espías rusos encarcelados en Estados Unidos, Alemania, Eslovenia, Polonia y Noruega.

No es, desde luego, un caso tan excepcional si se tiene en cuenta que ya en diciembre de 2022 se produjo un intercambio que supuso la liberación de una baloncestista estadounidense, acusada de tráfico de drogas, a cambio de un traficante de armas ruso, y que en 2010 se alcanzó un acuerdo que permitió la liberación de 10 ciudadanos rusos en manos de EEUU, acusados de espionaje, a cambio de cuatro estadounidenses y británicos que Moscú también consideraba espías. En realidad, la historia nos demuestra que, al margen del nivel de tensión que pueda haber en cada momento, se trata de una práctica nada infrecuente. Y por esa misma razón, hay que entender que el hecho de que se logre un nuevo acuerdo de este tipo no debe interpretarse como una señal de que estamos ante un giro drástico en las relaciones entre quienes se ven irremediablemente como rivales, cuando no como enemigos.

Eso no quita para que en cada ocasión en la que algo así se produce, cada uno de los actores implicados trate de sacar pecho; sea Joe Biden intentando presentarlo como un éxito de su capacidad diplomática -criticando de paso a Donald Trump por no haber logrado algo similar durante su mandato presidencial-, o Vladímir Putin procurando aparecer como un socio serio, con el que se puede llegar a acuerdos. Más allá de esa clásica reacción mediática, lo ocurrido no supone que Estados Unidos vaya a abandonar su visión de Rusia como un rival estratégico al que intenta debilitar militarmente en el escenario ucraniano, ni que Rusia vaya a dejar de sentirse asediada por Occidente y se decida a abandonar su empeño por ser reconocida como una potencia global.

De hecho, más que el inicio de una nueva etapa de acercamiento de posiciones para reequilibrar el orden de seguridad en el continente europeo, cabe interpretar lo ocurrido como el fin de una etapa que no augura necesariamente mejores tiempos, especialmente en lo que afecta al inminente proceso electoral en Estados Unidos. Más allá de las particularidades personales de algunos de los prisioneros intercambiados -incluyendo al español Pablo González, encerrado en una cárcel polaca desde hace más de dos años sin ninguna causa penal abierta en su contra, al periodista del 'Wall Street Journal', Evan Gerskovich, o a Oleg Orlov, copresidente de la oenegé Memorial, galardonada con el premio Nobel de la Paz en 2022-, nada modifica los parámetros con los que los gobiernos implicados se mueven.

Por todo ello sería muy aventurado suponer que algo así va a facilitar las negociaciones de un posible acuerdo de paz en Ucrania, mientras las fuerzas rusas siguen ganando terreno, sobre todo en Donetsk, y Kiev sigue lastrado por las ambigüedades de sus propios aliados a la hora de suministrarle la ayuda necesaria para resistir el empuje de las fuerzas invasoras. Tampoco cabe esperar que se abra la posibilidad de renegociar un nuevo orden de seguridad europeo o de que se vaya a producir una distensión ruso-estadounidense. Aún así, bienvenido sea el intercambio.

Lástima que todo esto llegue muy tarde para Alekséi Navalni.

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