Opinión |
Volar con la DANA
Martí Saballs Pons

Martí Saballs Pons

Director de Información Económica de Prensa Ibérica.

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Tempestades con excusas

Los vuelos iban retrasándose y cancelándose ante la mirada atónita de miles de pasajeros en tránsito que iban acumulándose en las salas de espera

Más de 40 vuelos cancelados y retrasos generalizados en los vuelos del aeropuerto de Palma por la DANA

Más de 40 vuelos cancelados y retrasos generalizados en los vuelos del aeropuerto de Palma por la DANA / Guillem Bosch

Uno de los pasatiempos preferidos de los consumidores es arremeter con críticas feroces contra las aerolíneas cuando estas cancelan o retrasan los vuelos, basándonos en especulaciones de lo más variopintas. Como si echarse a volar fuera tan fácil como jugar a parchís. Estamos tan acostumbrados a ello que cualquier contingencia nos genera una inesperada adrenalina imaginativa. Todos tenemos unas cuantas experiencias. En medio de nuestras quejas nos olvidamos de unos profesionales, desde los tripulantes hasta los equipos de tierra, que hacen posible algo que para muchos sigue siendo insólito: que un aparato que puede pesar de media hasta 200 toneladas pueda elevarse.

Esta semana, el caos se apoderó de las Islas Baleares debido a una inesperada depresión atmosférica que se instaló virulentamente, como una espiral, encima de ella. Tormentas constantes obligaron a cerrar el jueves antes del mediodía aeropuertos como el de Menorca. Los vuelos iban retrasándose y cancelándose ante la mirada atónita de miles de pasajeros en tránsito que iban acumulándose en las salas de espera. Aviones procedentes de otras ciudades eran obligados a dar la vuelta y regresar a su origen. Desde Aena y con la primera fila de controladores aéreos y comandantes de vuelo prevalecía lo obvio: la seguridad de todos. Intentar aterrizar o despegar en medio de aquella meteorología era un riesgo inasumible.

Como afectado (mi vuelo con Vueling a Barcelona fue cancelado) observé y comprobé la extraordinaria profesionalidad de unos empleados que tenían que responder e informar a largas colas de interrogantes por parte de pasajeros que, en un santiamén, comprobaban lo difícil que es abandonar una isla en estos imprevistos. Empezó la angustiosa selección de opciones: desde aquellos que prefirieron el reembolso de su billete y buscaron regresar por mar al día siguiente hasta quienes fueron siendo recolocados en nuevos vuelos los siguientes días con la inseguridad de lo que iba a ocurrir con la tempestad.

Si para un pasajero estas situaciones pueden generar ansiedades y descolocar agendas de vacaciones o profesionales, ¿qué no les ocurre a los tripulantes del avión? Cuantas veces pienso en el nivel de estrés y frustración que deben resistir en situaciones extremas. Ellos son los primeros afectados. Agradecer su profesionalidad y devolverles la sonrisa y el saludo es lo menos que merecen. Todos estamos en el mismo avión. 

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