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Martí Saballs Pons

Martí Saballs Pons

Director de Información Económica de Prensa Ibérica.

¿Alguien se acuerda de la Generalitat?

 Con su labor gris, Aragonès mantuvo el tipo contra viento y marea. Su decisión de abandonar la política tras las elecciones fue un ejemplo

Pere Aragonès el día que tomó posesión del cargo de president de la Generalitat.

Pere Aragonès el día que tomó posesión del cargo de president de la Generalitat. / Jordi Cotrina

Salvo algún encontronazo nocturno e inesperado con algún expolítico que no echa de menos su anterior dedicación, el interés por lo que ocurre y puede ocurrir en la Generalitat de Catalunya roza mínimos históricos. Al paso que vamos empezaremos a olvidarnos el nombre del presidente en funciones -sí, aún es Pere Aragonès- que, tal como está de abierto el escenario, puede seguir ejerciendo su funcionalidad hasta fin de año.

Los temas de conversación recurrente entre amigos y conocidos, en el ámbito profesional y personal, son muchos otros: de la renovada turismofobia a las dificultades para lograr vivienda decente de alquiler; del precio de los libros del nuevo curso escolar a las vacaciones que muchos estamos a punto de empezar; del nuevo e insípido gin-tonic sin alcohol a cómo el cambio de hábitos de la alimentación de los japoneses aumentó su esperanza de vida; de los Estados Unidos de Donald Trump y Joe Biden al liderazgo europeo de Ursula von der Leyen; de Begoña Gómez a Pedro Sánchez; de Mbappé a Nico Williams tras la resaca de la Eurocopa. La lista suma y sigue... ¿pero de la Generalitat? ¿A quién le importa lo que pueda ocurrir?

Y, sin embargo, debería importar. No es excusa decir que la administración catalana sigue funcionando y que más da quien trabaje en la plaza de Sant Jaume y aledaños. Típico comentario que se oye cada vez más a menudo: «Ni siquiera hace falta Govern. Los excelentes profesionales y funcionarios del sistema, en ámbitos muy distintos, logran que todo siga funcionando y muy bien». Claro que esto es así. Solo faltaría. Por eso existe un engranaje de gestión autonómica que ha ido desarrollándose, con más éxitos que fracasos, aun siendo mejorable, desde que echó a andar hace ya más de cuarenta años. Y, sin embargo, la percepción de que los gobiernos solo sirven para tener ocurrencias, generar más normas y liar más al ciudadadano y la iniciativa privada, es creciente. Como si el hecho de que no haya presupuestos anuales, desarrollados y aprobados, no importara.

A Aragonès, independientemente de la adscripción política, ideológica o sentido identitario de cualquiera, sí hay que agradecerle haber resucitado de bajo cero a la institución de la Generalitat después del paso por la presidencia de Joaquim Torra, que ejerció el cargo de rebote. Con su labor gris, Aragonès mantuvo el tipo contra viento y marea. Su decisión de abandonar la política tras las elecciones fue un ejemplo.

Es necesario que algo se mueva para ir recuperando el prestigio y la relevancia, de la Generalitat. La sensación de que los partidos políticos están jugando con el voto de los ciudadanos para lograr sus intereses, incapaces de acordar unos mínimos acuerdos, solo sirve para echar más leña al fuego. Que aún no haya podido formarse Govern y que se siga especulando con la posibilidad de nuevas elecciones en otoño es un insulto de los políticos a los ciudadanos. Y estos responden con la desidia.

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