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Día mundial de la juventud
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Malestar juvenil y salud mental

Inquietud médica por el impacto en los jóvenes de los reveses cotidianos: "No les enseñamos que se puede fracasar"

Paro, precariedad laboral y vivienda, detrás de los problemas de salud mental de los jóvenes

Malestar juvenil i salut mental

Malestar juvenil i salut mental

Hoy se celebra el Día Mundial de la Juventud, una fecha en la que en los últimos años la salud mental de jóvenes y adolescentes ha estado en el foco de atención. Los psicólogos alertan del incremento sostenido e imparable de los trastornos mentales entre este colectivo. Aunque entre malestar y trastorno mental hay una fina línea que a veces traspasamos demasiado a la ligera. En cualquier caso, un estudio reciente del Observatorio Social de La Caixa indica que casi la mitad de los jóvenes de entre 16 y 32 reconoce padecer malestar emocional, y solo la mitad de estos se dirigen a profesionales de la salud para atenderlos.

Algunos expertos han alertado de la tendencia a confundir ambos términos, hasta el punto de banalizar una experiencia tan cruda como la de la enfermedad mental. Se trata del peligro de considerar sinónimos bienestar y salud mental, y por lo tanto considerar como patológicas experiencias ordinarias de infelicidad.

Desde este planteamiento que relativiza los traumas que vive toda una generación, una corriente de opinión tiende a achacar con demasiada facilidad las responsabilidades a la fragilidad de lo que vienen a calificar de «generación de cristal». Una juventud supuestamente crecida entre algodones, a la que la posibilidad kdel fracaso y la frustración se le hurta o esconde hasta que se topan de bruces con ella. Y es razonable pensar que los erróneos mecanismos de compensación de unas familias que no pueden o quieren dedicar el tiempo suficiente a la crianza puede haber llevado a niveles tóxicos de sobreprotección que acaban pagándose. O que la influencia no menos tóxicos de los modelos de imagen y comportamientos potenciados de forma exponencial por las redes sociales ponen a sus usuarios ante un espejo irreal con el que no pueden competir. Pero señalar desde generaciones anteriores a unos hipotéticos jóvenes de cristal tiene muchos elementos de patente injusticia. Quienes así lo hacen muy probablemente tuvieron que lidiar en su día con problemas entonces normalizados ante los que hoy en cambio estamos alerta, como el abuso escolar o los malos tratos, sin más recursos que su propia resiliencia. Pero hasta determinado punto de inflexión (no muy distinto de aquel en que empezamos a señalar la fragilidad de quienes han vivido estos nuevos tiempos) no dejaban de tener unas expectativas de inserción profesional y emancipación familiar mucho más reales e inmediatas que aquellas a las que se enfrentan quienes hoy tienen esa misma edad que ellos recuerdan y toman como referencia.

El pavor ante el futuro del medio ambiente, el retraso constante de la posibilidad de independizarse ante un mercado de inmobiliario inasequible y una política pública de vivienda anémica, el futuro profesional más inestable para unos y más inabarcable para quienes no se han sabido o podido equipar de un bagaje académico profesionalizador mínimo son hoy mucho más reales. Y afectan más a unos colectivos que a otros. Los que precisamente registran un mayor grado de malestar emocional Esta falta de perspectivas es una reacción ante una herencia que han dejado unas generaciones que priorizan (y eso se refleja en las políticas públicas) tener asegurada una pensión en los próximos años inmediatos o mantener su nivel de consumo que de la sostenibilidad del sistema, en todos sus aspectos, a medio y largo plazo. Y que por lo menos debería asumir su parte de responsabilidad antes de señalar.