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Illa, president
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Oportunidad para la normalidad

La prioridad de Illa debe ser que en la sociedad haya la misma normalidad que pese hubo ayer en la Cámara pese a los intentos de forzarla

Salvador Illa, investido president de la Generalitat

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Illa investido

Illa investido / Zowy Voeten

Salvador Illa recibió ayer la confianza de 68 diputados del Parlament para ser nombrado por el Rey presidente de la Generalitat. El PSC, Esquerra y Comuns han optado por pasar página y han cerrado sendos acuerdos de investidura que, sobre la columna del programa socialista, dibujan un escenario de refuerzo de las políticas públicas en base a una mejora de la financiación de la Generalitat que deberá seguir un tortuoso camino para hacerse realidad con una mayoría poco estable en el Congreso de los Diputados. Este hecho democrático estuvo a punto de quedar eclipsado por el retorno del expresident Carles Puigdemont, que apareció en un acto de bienvenida pero no entró en el recinto del Parlament.

Aparte de burlar una vez más a los servicios de seguridad, el gesto no tuvo más trascendencia política pese a los intentos de su grupo parlamentario de Junts de suspender el pleno de investidura. El presidente de la cámara, Josep Rull, supo atender esas demandas pero puso por delante su sentido institucional y el pleno prosiguió. Quedan por aclarar dos cosas no menores. La primera tiene que ver con el expresidente: ¿por qué regresó Puigdemont para desaparecer posteriormente? ¿Qué sentido político le quiere dar a ese gesto? Si hace unas semanas dio por acabado lo que ha llamado el exilio, no se entiende por qué ayer volvió a hacer de la desestabilización su forma de hacer política, que cada día perjudica más que favorece a las ideas que defiende.

La segunda tiene que ver con los Mossos, que hoy tendrán que aclarar por qué no supieron detener a Puigdemont como era su obligación como policía judicial, cómo puede ser que agentes del cuerpo ayudaran a expresidente a desaparecer, por qué luego pusieron en marcha la operación Jaula y por qué sembraron la confusión en cuanto a la detención de Jordi Turull. El prestigio del cuerpo estuvo en entredicho y el nuevo Gobierno, lejos de alentar a una u otra facción, debería hacer un borrón y cuenta nueva.

En este contexto, el presidente investido supo mantener la frialdad, como hizo en su etapa de ministro durante la pandemia, se mostró partidario de aplicar la ley de amnistía, agradeció el apoyo de los grupos con los que ha pactado y tendió la mano a Junts y PP mientras que fue contundente con los dos grupos de la extrema derecha. Illa tiene una oportunidad. Nada fácil, pero su prioridad debería ser que en la sociedad catalana haya la misma normalidad que hubo ayer en la Cámara tras los intentos de forzar una excepcionalidad que no estaba en absoluto justificada. La amnistía debe seguir su curso en la justicia ahora que la política ya ha hecho lo que debía para devolver este asunto al lugar del que nunca debería haber salido. Los primeros pasos de su Gobierno serán básicos para que tanto los partidos que le han apoyado como los votantes que tuvo sin ser simpatizantes de su partido perciban que la recuperación de la normalidad institucional es su máxima prioridad, por encima de los intereses de su partido tanto en Barcelona como en Madrid. Illa dijo que era consciente de que se tenía que ganar la confianza que le han dado, los diputados y los ciudadanos. No es hombre de sectarismos ni de acrobacias y esa manera de hacer le ha hecho llegar hasta aquí con un PSC que ha pasado 15 años maltrecho. Ahora tiene que estar a la altura.