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Refugios climáticos
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Cambia el clima, cambia la ciudad

La estrategia de refugios climáticos es solo una parte en el necesario rediseño del espacio urbano y sus usos

Luces y sombras de la estrategia anticalor de BCN

Zona de juegos en el parque de la Espanya Industrial, uno de los refugios climáticos exteriores de Barcelona.

Zona de juegos en el parque de la Espanya Industrial, uno de los refugios climáticos exteriores de Barcelona. / MANU MITRU

La reacción ante la crisis climática pasa por dos grandes líneas estratégicas, que ya es imposible plantear de forma separada, ni aspirar a que una sola de ellas sea suficiente para que nuestro entorno siga siendo habitable. Una es la mitigación, la serie de medidas necesarias para limitar a un incremento soportable el aumento de las temperaturas del planeta. La otra, la adaptación, todos los cambios en nuestra forma de vida y entorno necesarios para que el impacto sobre las personas del incremento de las temperaturas, que ya es una realidad y que ya no se cuenta con poder revertir, sino en el mejor de los casos contener, sea asumible. Las grandes ciudades, y en especial las situadas en las áreas que ya se ven más afectadas por el calentamiento global, tienen un papel protagonista. Tanto para hacer su aportación en la descarbonización y la reducción de consumo energético como para modificar un hábitat que, por definición, se ha adaptado a lo largo de la historia a las necesidades cambiantes de sus habitantes.

Hay quienes consideran la ciudad como una burbuja ajena a lo que suceda en nuestro entorno natural. No es el caso de las políticas públicas que se han aplicado y se aplican en la ciudad de Barcelona, pionera en la peatonalización y renaturalización de espacios libres en la ciudad y también en la creación de los llamados refugios climáticos, un concepto que se ha convertido en referencia internacional.

La adaptación de la ciudad a las temperaturas extremas pasa por un diseño urbano que, por ejemplo, prime el arbolado y la sombra frente a las extensiones de piedra y hormigón a pleno sol. Que favorezca que en las calles no sean un desierto y que se pueda vivir y socializar en ellas, tanto en terrazas de establecimientos de restauración (un recurso demonizado por algunos hasta hace poco y que pasó a ser reivindicado tras la pandemia) como en espacios al acceso de todos de forma gratuita y sin necesidad de ir asociados al consumo. En los hogares, por progresar en la eficiencia de las viviendas y evitar que la pobreza energética imponga un peaje con consecuencias en la salud. Parece obvio pero no lo es: podemos encontrar ejemplos de rechazo a cada una de estas buenas prácticas.

Barcelona desplegó desde hace unos años, esa red de espacios llamados refugios climáticos: equipamientos públicos con una temperatura confortable, desde bibliotecas a centros cívicos, accesibles a todos. Esta política que busca que todos los vecinos encuentran un lugar donde refugiarse del calor a 10 minutos de su casa, un elemento más para compensar las desigualdades también en ese campo, ha seguido avanzando. Este verano, Barcelona ofrece este verano 354 refugios climáticos diurnos, con unas 120 novedades incorporadas este 2024. El cierre de un tercio de ellos por vacaciones durante las semanas de más calor del año hace que este incremento quede neutralizado: pero sin retroceder respecto a años anteriores.

Con todo, la multiplicación de las olas de calor y noches tropicales supone un reto para esta red. Quizá sea cada vez más necesario que los espacios calificados de esta forma deban adaptar también su calendario de funcionamiento anual. O que los horarios, también de parques o playas, se adapten a las necesidades cada vez más acuciantes en horario nocturno.