Opinión
Jordi Mercader

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Periodista.

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¿Y ahora, qué?

El nuevo presidente necesitará toneladas de serenidad y una gran disciplina verbal para hacer frente a lo que le espera

Salvador Illa, investido president de la Generalitat

Salvador Illa, investido president de la Generalitat / JORDI OTIX

Una vez celebrada la trascendencia del cambio que supone la presidencia de Salvador Illa, habrá que enfrentar la realidad. Los socialistas gobernarán en minoría y a merced de unos socios parlamentarios con sus propias urgencias. A priori, este horizonte de negociación permanente anuncia una inestabilidad poco apropiada para hacer frente a la triste herencia de los gobiernos independentistas: un país agotado por la sobredosis de mistificación nacionalista y desanimado por el déficit de gestión gubernamental. La negociación entre socialistas y republicanos ha supuesto un primer paso para la esperanza, aunque el hecho de que los dos partidos lo hayan escenificado de forma diferente ofrece ya una señal de alerta. ERC, con miedo escénico; el PSC, con euforia contenida y con elegancia institucional respecto del gobierno de Aragonés.

La serenidad de Salvador Illa le vendrá de fábrica y la brevedad de sus intervenciones tal vez de la lectura de “Breve elogio de la brevedad”del amigo Antoni Gutiérrez-Rubí. El nuevo presidente necesitará toneladas de serenidad y una gran disciplina verbal para hacer frente a lo que le espera, que, por otra parte, exige en muchos casos una atención urgente. Su agenda de gobierno es conocida: sequía, financiación, escuela, lengua, sanidad, seguridad, cambio climático, vivienda e inmigración. Además, los acontecimientos de la jornada del debate de investidura han puesto en primer plano la necesidad de enfrentar dos grandes reformas: Mossos y TV3. Dos auténticas estructuras de estado excesivamente acomodadas al discurso imperante en Cataluña en los últimos catorce años.

Por si fuera poco, tiene al menos cuatro frentes políticos a los que atender.  Deberá hacer todo lo que esté en su mano (y la de Pedro Sánchez, que tiene sus propias razones para colaborar) para apuntalar la nueva ERC, sea cuales sea los nuevos dirigentes, ayudando a los republicanos a no caer en el pánico que le querrán provocar las gentes de Junts, como ocurrió en 2006 con el pressing de CDC. También deberá cargarse de paciencia con los desiderátums definitorios de los Comunes, con la mano izquierda imprescindible para ahorrarles el desánimo. Y sobre todo, debe exhibir la mejor pedagogía en sus relaciones con el gobierno de Sánchez y las baronías del PSOE para evitar la repetición de lo sucedido en 2006, cuando el PSOE cedió al acoso unitarista del PP. Los acuerdos con ERC se asemejan tanto a la ambición frustrada del proyecto de estatuto votado por el Parlament en 2005 que no pueden sorprender las reacciones del PSOE más conservador y del PP de siempre.

Y luego está Junts. La normalización y la reconciliación del país sería incompleta sin ellos. Illa, ya lo ha dicho, querría que recuperaran el viejo tono de CDC. Sin embargo, la tentación trumpista, el miedo electoral al discurso de Silvia Orriols, su deseo de venganza respecto de ERC y el ferrusolismo antisocialista que todavía les guía podrían empujarlos a una travesía del desierto más larga de lo previsible.

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