Opinión |
Investidura
Albert Soler

Albert Soler

Periodista

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Tercera romanza del exilio: gatillazo

Dejar a los feligreses con ganas de más está siempre feo, pero no satisfacerles precisamente en el Día del Orgasmo, raya la crueldad

El expresidente de la Generalitat de Catalunya Carles Puigdemont en el acto de bienvenida

El expresidente de la Generalitat de Catalunya Carles Puigdemont en el acto de bienvenida / David Zorrakino - Europa Press

El 8 de agosto es el Día Internacional del Orgasmo Femenino. Uno no puede anunciar su llegada a bombo y platillo en jornada tan señalada y meter solo la puntita, uno ha de cumplir como un macho. Dejar a los feligreses con ganas de más está siempre feo, pero no satisfacerles precisamente en el Día del Orgasmo, raya la crueldad. Para eso, mejor quedarse en el exilio, como hice yo, que en agosto no me muevo de la playa ni aunque quien regrese sea el hijo de Dios a la tierra. Soy un exiliado con principios, no como otros.

Los pocos fieles que esperaban el retorno del Vivales como un nuevo Tarradellas debieron de sentirse decepcionados. No solo no les provocó el orgasmo, sino que fue lo de siempre, mucho prometer para no meter. Como de costumbre con este hombre, ni el día del orgasmo hizo un esfuerzo, quedó en gatillazo. Eran poco más de 2.000 los devotos que se reunieron a rendirle pleitesía en Barcelona, he visto fiestas de cumpleaños con más asistentes, y todo lo que consiguieron fue ser regados con gas pimienta por parte de la policía, lo cual no es el sustituto ideal del deseado orgasmo. Uno veía a los jubilados lacistas llorando y moqueando y pensaba que era a causa de la emoción -o por el recuerdo de algún orgasmo olvidado en la memoria-, hasta que, entre sollozos, los pobres daban la culpa de sus lágrimas al gas pimienta. Los lacistas nunca están contentos, se quejan si les dan porrazos y se quejan si les rocían con gas pimienta, ni siquiera con gas mostaza. Tal vez a la próxima consigan que les echen gas azafrán, ya que de ser sazonados con especias se trata.

Quienes aguardaban al Vivales recordaban a los protagonistas de 'Esperando a Godot', que no saben ni por qué esperan ni qué demonios hacen ahí. Samuel Beckett no imaginó jamás que su teatro del absurdo se tornaría real en Catalunya. No sé quién afirmó que la historia sucede primero como tragedia, y después se repite como farsa. En Catalunya, siempre por delante, la organizamos como farsa ya a la primera, sin necesidad de tragedia previa. ¿Para qué, si es más divertido vivir de entrada el esperpento? Cuando Pedro Sánchez vendió la Ley de Amnistía a los lacistas a cambio de poder seguir en la Moncloa, según él para “solucionar el problema catalán” (sic), se refería a que aquí somos demasiado serios. El problema catalán es que nos faltan motivos de risa, pensó Sánchez, así que nada mejor que facilitar una ópera bufa con el Vivales a las puertas del Parlament, edificio que, ya que ha demostrado ser inútil en los últimos años -o tal vez siempre-, servirá por lo menos de escenario. Además, justo al lado está el zoo, y en caso de apuro siempre puede el Vivales esconderse ahí, con su flequillo quedará disimulado entre las llamas, como un rumiante más. Tendrá que aprender a escupir, pero un tipo que ha logrado vivir del cuento siete años, bien puede aprender a soltar salivajos mientras mastica arbustos.

Con dos gobiernos de pandereta como los de Madrid y Barcelona, hasta yo me atrevo a convertirme en delincuente, Claro que, para ello, es necesario que ambos ejecutivos acuerden poner en ridículo al cuerpo de Mossos d’Esquadra, pero eso tanto da, la diversión bien lo vale. Después de tener al Vivales delante, los Mossos lo perdieron - ¿seguro que miraron en el recinto de las llamas? -, y acto seguido llevaron a cabo la Operación Jaula, que más podría haberse bautizado como Operación Botijo, por lo cutre. Los Mossos serían un buen vasallo si tuviesen buen señor, pero en Catalunya no tiene buen señor nadie que trabaje para la administración.

Es una gran cosa lo de proponerse dejar Catalunya mejor de lo que estaba, pero la primera meta debería ser no dejarla peor. A Sánchez y al Vivales les convendría leer 'Breve tratado sobre la estupidez humana', de Montero Castillo, ni que fuera porque desde el título los interpela, así sabrían que “es muy propio de imbéciles creer que ser víctima de algo o ir con cara de oprimido por la vida le hace a uno más interesante”. Que disfruten ustedes de su orgasmo, señoras.

Suscríbete para seguir leyendo