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Limón & vinagre
Albert Soler

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Periodista

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España es un tipo bajito y con mala leche

Uno llega al puesto de lateral cuando ha demostrado no ser válido en ninguna de las otras demarcaciones, y entonces comienza a ser consciente de que, para triunfar, debe poner cara de mala uva

El internacional Dani Carvajal celebra su gol contra Croacia en el debut de España en la Eurocopa de Alemania de 2024.

El internacional Dani Carvajal celebra su gol contra Croacia en el debut de España en la Eurocopa de Alemania de 2024. / Sebastian Christoph Gollnow/dpa

Dani Carvajal es de la estirpe de los laterales achaparrados, que en España ya dio ejemplares como Ferrer, Sergi, López Recarte, Tomás Reñones y otros, que lo que no tenían de estilizados lo tenían de pesados y pertinaces, tipos que suplían sus carencias técnicas con una voluntad capaz de amargar al extremo rival que se las tuviera que ver con ellos. Bajitos y con mala leche, esos laterales cumplen con el arquetipo del español de toda la vida, son la imagen que en el extranjero se tiene de nosotros, y eso ya sería suficiente motivo para declararlos bien nacional de interés cultural. Si Alfredo Landa se hubiera dedicado al fútbol y no al cine, habría sido lateral derecho. Para el mundo, España es un tipo moreno y bajito con malas pulgas, o sea, un defensa lateral. Carvajal es la imagen de España, por eso se esperaba que saludara con más efusividad al presidente del Gobierno, que además es un hombre profundamente enamorado, como sin duda nos recordará en su próxima carta a ciudadanía, no sea que se nos olvide. Lo suyo habría sido un beso de tornillo, mediante el cual Sánchez demostraría cuánto ama a España, a su señora, a Carvajal, a la selección y, sobre todo ello, a su cargo de presidente, para mantener el cual es capaz de lo que sea.

Algunos episodios de la infancia marcan el carácter. Ningún niño aspira a ser defensa lateral, todo el mundo empieza a jugar al futbol queriendo ser delantero, y si por cosas de la vida -o de las pocas habilidades con que le ha dotado la natura con un balón en los pies- se aviene a jugar de defensa, querrá hacerlo de central, una posición con más solera. Uno llega al puesto de lateral cuando ha demostrado no ser válido en ninguna de las otras demarcaciones, y entonces comienza a ser consciente de que, para triunfar, debe poner cara de mala uva. Un delantero se puede permitir el lujo de sonreír de vez en cuando, mientras que un defensa lateral lo tiene prohibido casi por contrato, no está ahí ni para hacer amigos ni para salir bien en las fotos, los pósters quedan para los delanteros y algún que otro centrocampista.

El resultado de todo lo anterior es que nadie se las quiere ver en un campo de fútbol con un Carvajal. Y menos todavía fuera de un campo de fútbol, como le sucedió a Pedro Sánchez. Un lateral de los de toda la vida no sabe disimular, y si alguien le cae mal, sea un extremo izquierdo, sea un presidente del gobierno, se lo deja claro. Puede dar gracias Pedro Sánchez de que solo se llevó un ligero desplante y no una entrada a la altura de la tibia. Eso indica que Carvajal sabe comportarse en público y conoce por lo menos las más elementales reglas de la diplomacia.

Carvajal y sus compañeros de equipo ignoraban que, en España, cuando se consigue un trofeo, uno va a visitar a las autoridades, no para ser felicitado, sino para rendir pleitesía. El protagonista es siempre el político, jamás el deportista. Cuando uno gana lo que sea -una Eurocopa, una medalla olímpica, un Nobel o el sorteo de la Bonoloto- de lo que tiene ganas es de celebrarlo a lo bestia, y no de visitar a reyes y presidentes para que se hagan la foto con el trofeo -o con el boleto premiado en el caso de la Bonoloto- a pesar de no haberse movido del sofá durante toda la competición ni para ir a buscar palomitas, que para eso está el servicio. Y claro, a visitar a un vago para que se apropie de lo que uno ha sudado, se va a desgana, no había más que ver la cara del resto de jugadores, no solo de Carvajal, para intuir que malditas las ganas de ir a la Moncloa. Algunos intentaron disimular -sin conseguirlo, cabe resaltar- que estaban ahí forzados, pero eso no va con un lateral derecho que encima es hijo de un policía nacional. Si es que dan ganas de no ganar nada, oiga.

No sé con qué energía da la mano Pedro Sánchez, tal vez resida ahí la razón de la desidia y frialdad con que todos le devolvían el saludo, no solo Carvajal. Los jugadores de fútbol están acostumbrados a dar la mano con fuerza, o por lo menos era así antes de que se pusiera de moda darse un par de besos al empezar y al finalizar el partido, costumbre que por fortuna a mí me pilló ya retirado. Ya como periodista, una vez entrevisté a un alto cargo socialista que, cuando me dio la mano a modo de saludo, pensé que en realidad me había dado una bayeta, así de blanda la ofreció. A punto estuve de llevármelo a casa para fregar los platos. Tiempo después fue ministro, así que no es descartable que esa forma de saludar no solo esté bien vista en el PSOE, sino que sirva para escalar políticamente. Si así llega uno a ministro, tal vez para llegar a presidente uno deba dar la mano como doncella que espera que se la besen. Eso debería de haber hecho Carvajal, así nadie se quejaría.

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