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Josep Maria Fonalleras
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Simone Biles: variaciones barrocas en un pabellón de Amberes

 "Pienso", ha dicho la deportista, "que para luchar contra los fantasmas debo escribir mi propio final". Es lo que está haciendo

Simone Biles.

Simone Biles. / REUTERS\JON DURR

No hay muchos deportistas que puedan decir que han creado epónimos, es decir, que han hecho que su apellido sea una referencia en el mundo del deporte. Pienso en Panenka, por ejemplo. O en Dick Fosbury, que revolucionó el salto de altura al proponer una aproximación de espaldas al listón que arrinconó para siempre el salto ventral. Sin embargo, ninguno como Simone Biles, que tiene varios ejercicios que llevan su nombre, pero sobre todo dos: los llamados Biles I y Biles II, movimientos registrados por la Federación Internacional de Gimnasia con denominación de origen. La gimnasia es un dominio extremo del movimiento corporal acompasado, a partir de unos criterios extremadamente rígidos que ordenan y estampan en un papel la fugacidad del instante, unos segundos que separan la gloria del fracaso. Variaciones Biles.

Registró la primera pirueta en los campeonatos del mundo de Amberes, en 2013. Fue en el ejercicio de suelo. Diez años después, también en Amberes, también en un mundial, enmarcó el Biles II, un Yurchenko con doble mortal carpado, en el salto de caballo. Es decir, partió de un anterior hito, el de Natalia Vladimirovna Yurchenko y fue más allá. Ahora mismo soy incapaz de explicar con detalle el ejercicio, porque no hay algo más difícil en el mundo que contar algo así. Solo puede admirarse y, luego, aplaudir. La precoz chiquilla (1'42 cm) de Columbus, Ohio (que ahora ya tiene 27 años), la ganadora de seis campeonatos del mundo y de cuatro oros olímpicos (un total de 37 medallas, hasta ahora) es historia. Y también lo es por otros muchos motivos: por una trayectoria que justamente se extiende entre los diez años que separan las dos citas en la ciudad belga.

En el intervalo, por supuesto, la aparición de la oscuridad en los Juegos de Tokio de 2021. Recordémoslo: estábamos en plena pandemia, tuvieron que aplazarse un año y, sin embargo, se acabaron disputando, casi sin público. Biles era la gran favorita. Había triunfado en Río en el 2016 y estaba dispuesta a romper todos los registros. Llevó a cabo el primer salto de caballo, que reclama una aceleración de unos 24 km/h –su arma principal, la potencia, la electricidad– y que, después de un giro inicial, convierte las manos, no los pies, en un propulsor que choca contra el trampolín y dispara el cuerpo hacia arriba, hasta casi tres metros. Biles se desequilibró, no pudo completar el salto como estaba previsto, se desorientó y salió del aparato con una mueca inesperada, de decepción y tristeza. A los pocos minutos, llamó a su madre y le comunicó que se iba, que no podía más, que dejaba al equipo. Luego, el mundo supo que Biles había perdido el control sobre el cuerpo, “una desconexión entre la cabeza y el cuerpo que fue la peor sensación de mi vida: literalmente, no era capaz de distinguir entre el suelo y el cielo, entre abajo y arriba”. En jerga gimnástica, Biles sufrió unos 'twisties', unos torbellinos, la imposibilidad de controlar el vuelo arriesgado en un salto preciso donde “el objetivo principal es no morirte”. En esa “huida” del pabellón se juntaron muchos factores: el exceso de presión, indicios de problemas psicológicos, el recuerdo de las prácticas del depredador sexual Larry Nassar (médico del equipo americano), la lucha de las gimnastas negras para romper con el mito hegemónico de la doncella blanca y delgada, la evocación de una infancia sórdida y un paso por el orfanato, antes de ser adoptada por los abuelos maternos, ese rosario de color blanco (Biles es católica) que tiene guardado en la bolsa de deporte… Poco después, Nellie Biles (la abuela que ejerce de madre) aseguró que el desaguisado vino porque ella no pudo estar en Tokyo y no pudo hacerle las trenzas antes de la competición. Nunca la había dejado sola hasta entonces.

Volvió al cabo de una semana y, pese a sufrir todavía los efectos de la desazón, fue capaz de ganar una medalla de bronce. Después, la travesía del desierto hasta el Mundial de Amberes de 2023 y, sobre todo, hasta París, dentro de unos días. "Pienso", ha dicho Biles, "que para luchar contra los fantasmas debo escribir mi propio final". Es lo que está haciendo. Todo empezó con el azar de una visita escolar, cuando tenía seis años, en el Bannon Gymnastix de Houston. Debían ir de excursión, pero llovió y la clase aterrizó en el gimnasio. Desde entonces, Biles no ha dejado de saltar, de hacer piruetas y equilibrios. Una pancarta de apoyo en Amberes decía: “El mundo es de Simone; el resto solo vivimos en él”.

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