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Josep Maria Fonalleras
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La salvación de la humanidad

El Esperit Roca combina la tradición, la conciencia de la historia, lo que les ha hecho ser como son, con el afán de modernidad

La entrada del restaurante Esperit Roca.

La entrada del restaurante Esperit Roca. / El Periódico

La montaña de los Sants Metges, en Sant Julià de Ramis, es una elevación que domina la llanura de Girona y la del Empordà y que, en consecuencia, a lo largo de los siglos, se ha convertido en una atalaya privilegiada y en un lugar de un alto valor estratégico. La civilización nace en este tipo de espacios, allí donde hay ríos que generan vida, un terreno que puede cultivarse y una hipótesis de seguridad para quien los habita. Los Sants Metges es también una especie de parque temático para los arqueólogos. Los de la Universitat de Girona han localizado allí restos paleolíticos, íberos, romanos y visigóticos, iglesias, templos, cementerios, poblados. El antiguo asentamiento de Kerunta fue el origen de la Gerunda que se instaló, más tarde, cerca de los meandros del Ter.

Cuento todo esto porque en un lugar que fue una fortaleza construida en el siglo XIX (y que nunca ejerció como tal, salvo un período en el que se convirtió en polvorín, durante la guerra civil del XX), los hermanos Roca han instalado una nueva forma de civilización, lo que llaman Esperit Roca y que es a la vez restaurante, hotel, destilería, exposición permanente de su legado y bodega. Y mucho más, porque en esta montaña han sido capaces de reconvertir el laberinto del castillo en una amalgama que combina la tradición, la conciencia de la historia, lo que les ha hecho ser como son, con el afán de modernidad, un esfuerzo continuado por ir siempre más allá en la búsqueda de nuevos caminos gastronómicos y culturales.

La joya de la corona es, sin duda, la bodega diseñada por el equipo de arquitectos Fuses-Viader, que no pensó hace años, cuando se reconstruyó, en un espacio para almacenar vinos, sino más bien en un ámbito de confluencia circular. Es del todo impresionante, sobre todo por el ojo de buey cenital. Es como si alguien hubiera decidido hacer descender la cúpula del panteón de Roma hasta que la pudiéramos tocar con las manos. Esta sala, antes, ya tenía cierto aire religioso, predisponía a cierta introspección, pero tenía un serio problema de acústica. La había visto desnuda, hace tiempo, y esa es la impresión que me quedó. Ahora, Josep Roca le ha dado una nueva vida, una presencia ciertamente espiritual. Ha convertido la sala de la cúpula en una bodega donde piensa colocar cerca de 80.000 botellas. El del medio de los Roca habla de ello con reverencia, con ese discurso suyo tan medido y rico. La disposición de los vinos, en estructuras metálicas, frías y racionales, contrasta con la música barroca que convierte el espacio en un templo pagano. Pitu Roca comenta que las deposita una a una en su sitio, con el punto justo de ritual que pide la ceremonia. Se acerca mucho, esta perseverancia, esta labor callada y constante, al poema de Joan Maragall ('Elogio del vivir') que los hermanos exponen como emblema de su trabajo: “Como si de cada detalle que piensas/de cada palabra que dices/de cada pieza que pones/ de cada martillazo que das/ dependiera la salvación de la humanidad”. Este es el espíritu Roca. Y acaba Maragall: “Porque depende de todo eso, créeme”.

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