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Limón & vinagre
Josep Cuní

Josep Cuní

Periodista.

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Angela Merkel, un legado pragmático

Foto de archivo de la excanciller alemana Angela Merkel. EFE/EPA/FILIP SINGER

Foto de archivo de la excanciller alemana Angela Merkel. EFE/EPA/FILIP SINGER

Toda victoria comporta una derrota. La de España sobre Inglaterra ha querido añadir otras desafecciones. Tienen que ver con la voluntad de elevar la anécdota a categoría y la necesidad de dar pábulo a miradas conspirativas. Por ejemplo, celebrando el desdeñoso saludo de Dani Carvajal a Pedro Sánchez reconvirtiéndolo en una “merecida humillación al presidente felón”.

En un país en el que la política todo lo aprovecha y la política extrema todo lo mancilla a través de digitales a los que el gobierno quiere poner coto, no se trataba de desperdiciar la oportunidad por parte de aquellos patriotas que sacan pecho obviando la lección dada por un grupo de muchachos representativos de la pluralidad que ellos niegan. El fútbol en sí mismo suele acaparar todas esas contradicciones y otras más que se esconden detrás del orgullo del vencedor. Y como contagia emociones colectivas, los gobiernos lo aprovechan.  

Alemania lo potenció en el verano de 2006. Era anfitriona del Mundial y colocó grandes pantallas en lugares céntricos los días de partido de su selección. Desde entonces, apoyar al equipo nacional fue mucho más popular. Y eso lo fomentó Angela Dorothea Merkel (Hamburgo, Alemania Occidental, 17 de julio de 1954).

Aquella canciller que celebraba ostentosamente las victorias de los suyos en el palco acaba de cumplir setenta años. Atrás quedan 16 de mandato resumidos en la llamada era Merkel. Todo un elogio a un período de tiempo que pocos gobernantes tienen el privilegio de conseguir y que compendia fondos y formas. Pragmatismo y habilidad por tener asumido que un buen servidor público siempre duda y, en consecuencia, siempre debe revisar sus respuestas. Así definió ella misma su trabajo y justificó sus incoherencias.    

Un mandato tan largo, prolífico y complejo arrastra luces y sombras. No en vano, durante aquellos tres largos lustros tuvo que enfrentarse a las grandes crisis que ya iban definiendo al siglo XXI. Y por mucho que la revista 'Forbes' la proclamase la mujer más poderosa del mundo en catorce ocasiones, Angela Merkel superó momentos duros con la misma determinación y poca empatía que Margaret Thatcher lo había hecho en el Reino Unido de los ochenta. Un intencionado paralelismo que la izquierda estableció por antagonismo ideológico y machismo disimulado.   

En el haber de Merkel, las soluciones a los desafíos a los que se enfrentaban tanto su país como la Unión Europea. Desde la lucha contra el cambio climático a la pandemia, desde el mayor desplazamiento de refugiados vivido hasta entonces, a los que concedió asilo, al impulso a los grandes cambios comunitarios que Von der Leyen promueve como legado. 

En el debe, su acercamiento a Putin que con el tiempo se ha visto como la falsa amistad que el Kremlin aprovechó para sus fines y la imposición de las reglas de su personal austeridad que ayudaron a superar la gravísima crisis económica a costa del empobrecimiento de millones de ciudadanos. Herida que todavía cuece a los griegos que la mantienen como una de las personas más odiadas.  

Aun así, detrás de la mandataria de un solo tipo de chaqueta y nada presumida sigue existiendo aquella doctora Merkel que dejó la ciencia porque le disgustaba no tener la oportunidad de hablar con la gente. Y convencerla.

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