Periodista
Joan Cañete Bayle
Periodista
Periodista y escritor. Director de Estrategia de la Oficina de Proyectos Editoriales de Prensa Ibérica. Entre otros trabajos, ha sido corresponsal de El Periódico en Jerusalén y Washington DC. Autor de las novelas 'Expediente Bagdad' (a cuatro manos con Eugenio García Gascón) y 'Parte de la Felicidad que Traes', y del ensayo sobre el conflicto palestino-israelí 'Muros, bosques, tumbas: Un periodista en Jerusalén'
Los méritos de Trump
Menospreciar al expresidente impide ver que es un depredador político que ha conquistado la derecha de EEUU y marcha firme hacia su segunda etapa en la Casa Blanca
A un movimiento político que, en esencia, ya es mesiánico, como el de Donald Trump, solo le faltaba añadirle una capa de martirio. El intento fallido de asesinato del magnate le ha dado al presidenciable estadounidense nuevos argumentos en su cruzada para regresar a la Casa Blanca: la condición de víctima, un relato que explotar (otro más) y una fotografía impagable, icónica. La convención republicana ha escenificado la nueva reencarnación trumpista: si hasta ahora Trump, inmune e impune, parecía andar por encima de las aguas del Mall de Washington, ahora levita bajo un aura presidencialista. Aquello que Trump siempre anheló y nunca alcanzó en la Casa Blanca, la legitimidad política e institucional propia y de su movimiento, se lo ha dado la fotografía de Doug Mills. Trump con el puño alzado, sangrando de la oreja, bajo la bandera estadounidense, gritando “¡Lucha!” es el equivalente en la campaña de 2024 del cartel de Barack Obama que Shepard Fairey creó en la de 2008. Si aquel cartel gritaba cambio y esperanza, la fotografía de Mills aúlla: presidente.
A Trump se le reconocen pocos, o ninguno, méritos políticos. Como mucho, su capacidad comunicadora, construida en el 'reality' televisivo pero también en el mundo ‘socialité’ de Nueva York y el 'Page 6' del 'New York Post'. La irrupción del magnate en política, su campaña contra Hillary Clinton, sus cuatro años en la Casa Blanca, la contienda contra Joe Biden, su derrota, su intento de voltearla y el asalto al Capitolio se narran como una película de terror. Trump, puro instinto e irracionalidad, primero generó mofa, después conmiseración y al final terror y enajenación mental. Trump es el caos en sí mismo y el que crea en aliados y adversarios. Sirva como un pequeño ejemplo el delirio en el que convirtió una decente serie de abogados como ‘The Good Fight’, 'spin-off' de ‘The Good Wife’, la intención de sus autores de atacar el trumpismo. Y, sin embargo, este ignorante millonario sin escrúpulos ni complejos, egocéntrico y rencoroso, ha construido una maquinaria política formidable.
Tan eficaz que primero asaltó el Partido Republicano y después el país. El viejo GOP ya no existe, los ‘think tanks’ conservadores que se mofaron de él ponen su producción teórica a su servicio, viró hacia la derecha los equilibrios del Tribunal Supremo para muchos años y ha sido capaz de reaccionar a la derrota de 2020 y al asalto del Capitolio para erigirse en cuatro años en un candidato con aura de invencible, inevitable. Por comparar: en estos mismos cuatro años, el Partido Demócrata ha sido incapaz de construir una alternativa a pesar de contar con el altavoz de la Casa Blanca. No se trata tan solo de que este Biden parece no ser rival para su adversario, sino que el progresismo estadounidense y, en general, quienes se oponen a que el país caiga en el iliberalismo no han sabido construir un relato que contrarreste al de Trump. ¿Cuál es el Estados Unidos y el mundo de los demócratas, más allá de repetir que el trumpismo es una autopista hacia el caos?
Al trumpismo se le suele analizar desde una perspectiva comunicativa. Trump tiene una capacidad innata para comunicar que, en la era de las burbujas de las redes sociales, le ha permitido construir un mundo de verdades alternativas en las que, intocable, reina en un trono de mentiras. Cuando se lo analiza políticamente, se explica que los ideólogos de la 'alt-right' vieron en él un vehículo, imperfecto pero eficaz, para asaltar los cielos y cambiar para varias generaciones la faz estadounidense. De la misma forma, el Tea Party lo usó para arrebatar el Partido Republicano de esas élites que en el fondo eran indistinguibles de las del Partido Demócrata: por aquí un Bush, por allá una Clinton, por aquí Romney, por allí un Biden. Era un medio; en cambio, para Trump todo empieza y acaba en sí mismo.
Y lo mismo le sucede a la derecha estadounidense. Hoy, todo empieza y acaba en Trump, que ha demostrado ser un animal político de primer orden, insaciable e inmisericorde. Entendió que su fuerza solo podía proceder de las bases, y se las ganó, tuit a tuit, escándalo a escándalo, barbaridad a barbaridad. Es fácil decir que ha hechizado a millones de estadounidenses a base de mentiras y propaganda, pero lo cierto es que nadie moviliza, fideliza y ensancha su electorado mejor que él. Es un error menospreciar sus méritos políticos: a un rival formidable se le empieza a batir conociendo sus puntos fuertes y sus méritos.
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