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Albert Garrido

Albert Garrido

Periodista

Europa contiene la respiración ante las elecciones en Francia

Marine Le Pen, líder de la extrema derecha francesa.

Marine Le Pen, líder de la extrema derecha francesa. / Michael Bunel/Le Pictorium Agenc / DPA - Archivo

Algo profundamente perturbador está ocurriendo en la sociedad europea cuando a menos de dos semanas de la primera vuelta de las elecciones legislativas en Francia el veterano cazador de nazis Serge Klarsfeld declara que, en caso de duelo entre el nuevo frente popular y el partido de Marine Le Pen, votará a este último, fundado por Jean-Marie Le Pen, un reputado propagador del antisemitismo. Una impugnación global de la cultura democrática con la que se edificó la Europa reconstruida a partir de la posguerra permite secundar a la extrema derecha a quien más y mejor explicó en Francia qué significó el Holocausto, en qué miseria moral sumió al país el régimen de Vichy, cuál fue el destino de los judíos confinados en el Vél’ d’Hiv. No hay que forzar mucho la lógica para concluir que sigue siendo plenamente vigente la observación de Hannah Arendt contenida en Los orígenes del totalitarismo: “El factor inquietante en el éxito del totalitarismo es más bien el verdadero altruismo de sus seguidores”.

Edgar Straehle, profesor de la Universidad de Barcelona, aporta algunas pistas en un artículo que glosa diez frases de Arendt, incluida la citada en el párrafo anterior. “El pasado, por malo o terrible que haya sido, no tiene por qué estar superado ni quedar atrás de manera definitiva. Por supuesto adquirirá rostros nuevos en el presente, y por eso a falta de una palabra mejor se ha preferido hablar de movimientos neofascistas o posfascistas, pero no por eso se pierden las líneas de continuidad con el pasado”, afirma Straehle. Y al buscar antecedentes históricos en la floración de las nuevas marcas de la extrema derecha europea es fácil dar con referencias anteriores.

No plantea grandes dificultades situar a Vox en el albañal del legado franquista; entre Alternativa por Alemania y la herencia nazi hay solo un aggiornamento necesario para que el discurso fluya y evitar que los líderes acaben en la cárcel por llevar un brazalete con la esvástica; en el entorno de Giogia Melori abundan los admiradores de Benito Mussolini; no hay forma de deslindar algunas agresiones al Estado de derecho en Hungría, su xenofobia manifiesta, del ideario del Partido de la Cruz Flechada, que en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial se significó en la persecución de la comunidad judía. La búsqueda de soluciones simples en un pasado que se creyó extinto para poner remedio a la complejidad extrema del presente da la razón a Daniel Innerarity cuando sostiene que el auge de la extrema derecha obliga a buscar la explicación del fenómeno en la psicopolítica y no en la sociología. “La psicología de los descontentos es -dice Innerarity- la verdadera caja negra de la política”.

Mucho de esa afectación de la psicopolítica hay en las perspectivas electorales en Francia, con la extrema derecha al frente en todas las encuestas. El hecho de que los cinturones industriales de las grandes ciudades, y singularmente el de París, se decanten por Reagrupación Nacional (RN) cuando hasta la elección de François Hollande para ocupar El Eliseo (2012) eran territorios de las izquierdas, tiene una explicación, entre otras muchas, en la decepción por el coste social de la rectificación económica que siguió a la crisis financiera de 2008, en la desorientación provocada por gobiernos que defraudaron varias veces las expectativas de sus votantes de siempre. Unido todo ello a la imagen de líder de las élites transmitida por Emmanuel Macron, que participó por primera vez en una campaña electoral en 2017 y no ha sido capaz de adaptarse al libro de estilo no escrito, pero muy conocido por sus antecesores, que fija las reglas básicas de la relación entre candidatos y votantes. Macron vive a años luz de la orientación primordial que Jacques Chirac dio a un amigo que debutaba en unas elecciones: “Espero que sepas tocar el culo a las vacas”.

El establishment político francés se ha visto obligado a revisar, entre tanto, la vieja suposición de que un candidato de extrema derecha nunca ganará una elección presidencial o se hará con la mayoría en el Parlamento. Ese apriorismo de que finalmente la mayoría optará siempre por la alternativa y evitará una conmoción nacional ha dejado de tener sentido; el empeño de Marine Le Pen en pulir las aristas más cortantes del programa con el que su padre disputó varias veces la carrera presidencial ha facilitado que la impresión sea ahora que todo es posible, incluido que ella ocupe el puente de mando. Se cumple así el diagnóstico del profesor Innerarity: “La extrema derecha reformula las angustias individuales (la perplejidad, el miedo, la precariedad, la inseguridad) con un discurso en el que advierte de la desaparición de colectivos reconfortantes (los hombres, la nación, el idioma común) y para tranquilizar a los asustados no parece haber nada mejor que una bandera que simbolice el orden y la estabilidad, que disipe la amenaza de la desaparición”.

La entrada en campaña de algunas estrellas de la selección francesa de fútbol a nadie debe extrañar. En primer lugar, porque es conocida históricamente la viveza en Francia del debate político en todas partes. En segundo lugar, porque 19 de los 25 jugadores elegidos por Didier Deschamps tienen la piel oscura, 12 son de ascendencia africana, otros cuatro nacieron fuera de Francia, y el entorno ultra insiste con frecuencia en que son demasiados los jugadores de la selección que no son franceses de pura cepa (Kylian Mbappé es hijo de camerunés y argelina). Detrás de todo ello hay muchas fantasías coloniales que se desarrollaron en África, racismo sin disimulo, un nacionalismo agresivo que lo mismo vale para honrar cada año la memoria de Juana de Arco en el centro de París que para fomentar un ambiente divisivo desde medios de comunicación progresivamente rendidos a las proclamas de la extrema derecha que son, por cierto, los mismos que han jaleado a Éric Ciotti, líder en discusión de Los Republicano después de llegar a un acuerdo de colaboración electoral con Marine Le Pen.

Todo lo cual lleva a Europa a contener la respiración, a aguardar la doble cita del 30 de junio y del 7 de julio con justificada preocupación. Francia es uno de los pilares constitutivos de la Unión Europea, es la cuna de algunos de sus padres fundadores, posee la segunda economía de la Unión, figura en el G7 y es depositaria de un poso cultural aún hoy muy influyente (universidades, editoriales, centros de investigación y demás equipamientos). Es decir, dispone de los instrumentos para que su extrema derecha, llegado el caso, tenga una gran capacidad de contagio. Basta imaginar qué significado puede llegar a tener la presencia de un primer ministro ultra -Jordan Bardella aspira a ello- en la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de París, el próximo 26 de julio.