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Limón & Vinagre
Josep Cuní

Josep Cuní

Periodista.

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Begoña Gómez: entre dos aguas

La mujer del presidente del Gobierno está hoy emparedada entre un procedimiento judicial que levanta recelos y una acusación partidista que provoca rechazo

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De la política se dice que es como el cerdo, se aprovecha todo. Esta mirada despectiva de lo que debería ser el afán por el bien común tiene su constatación a diario. Si uno sigue su actualidad, tan cambiante como errática, tan vulnerable como olvidadiza, se da cuenta de la superficialidad de la mayoría de los planteamientos públicos en debates y entrevistas, a pesar de que deberían ser el eje y la argumentación de las acciones que se persiguen. Sucede que al dar más valor al titular de impacto inmediato y de fácil digestión, ideado por el márketing político para el mundo digital, este se impone a la obligada pedagogía de la dedicación pública.

Se ve en la campaña electoral en la que deberíamos estar sumergidos pero que solo surfeamos. Tanto y tan importante es lo que nos jugamos en esta Europa nuestra que nadie parece dispuesto a insistir en ello más allá del miedo a la ultraderecha, que no es poco. Y mientras unos presentan la cita del día 9 como un plebiscito a Pedro Sánchez y otros como una enmienda a la totalidad del papel de la oposición, irrumpen los alternativos para anunciar que se acabó la fiesta.

Sabemos que los comicios europeos motivan poco. No ayudan ni los complejos mecanismos que mueven su maquinaria ni la carga negativa que se le atribuye a Bruselas cuando hay que aplicar directrices engorrosas que conllevan más burocracia y menos localismo. Ahí están los agricultores para recordarlo legítimamente. Pero mientras se les apoya aplaudiendo su llegada a las ciudades a lomos de sus tractores se olvidan las importantes ayudas económicas que reciben y sin las cuales nuestras mesas, hoy, serían más frugales.

Admitamos pues, que es más fácil deglutir la amnistía recién aprobada y que provoca duelos y quebrantos morales que hablar de la agenda 2030 y el incierto futuro medioambiental, por ejemplo. Aun así, para la estratagema partidista de permanente erosión al contrario, nada es más apetitoso que hurgar en las heridas sentimentales. Otra línea roja de antaño traspasada hoy en un juego sin límites.

Begoña Gómez Fernández (Bilbao, 1975) se ha convertido en la diana de una oposición que dispara al presidente por persona interpuesta. Su esposa. Más allá de lo improcedente que es aludir a la mujer del Cesar por la carga machista del refrán, es cierto que el comportamiento del cónyuge de cualquier mandatario debería quedar a buen recaudo público. Y que las explicaciones obligadas cuando se denuncian posibles polémicas que se magnifican a inasumibles escándalos políticos deberían ser replicadas con la fuerza transparente de los hechos sospechados más que con arrebatos de romántico agravio humanamente comprensibles. Nadie quiere ver sufrir a la persona amada.

Especialista en márketing y asesora de oenegés desde hace más de veinte años, la profesional Begoña Gómez está hoy emparedada entre un procedimiento judicial que levanta recelos y una acusación partidista que provoca rechazo. A la aceptación por parte de Manos Limpias de que su denuncia se basó en recortes de noticias inciertas, la Guardia Civil ha corroborado que la acusación se sirve de especulaciones y no de datos. Pero el mal ya está hecho y a ojos de una parte de la ciudadanía la sospecha permanecerá, porque en este país se prefiere la popular presunción de culpabilidad a la legal de inocencia. Se lo pueden preguntar a Francisco Camps.

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