Opinión | BLOGLOBAL

Albert Garrido

Albert Garrido

Periodista

Siempre es demasiado pronto para reconocer a Palestina

Pedro Sánchez, con los cargos del Comité Árabe-Islámico para Gaza.

Pedro Sánchez, con los cargos del Comité Árabe-Islámico para Gaza. / José Luis Roca

No deja de crecer el parte de muertes en la Franja de Gaza y, sin embargo, no dejan de difundirse reflexiones de todo tipo sobre la oportunidad de reconocer ahora el Estado palestino en mitad de la batalla. Pesa más en tales digresiones la idea de oportunidad que los 37.000 muertos palestinos contabilizados hasta la fecha y los bastantes más de cien rehenes israelís que Hamás tiene en su poder desde el 7 de octubre del año pasado. Hay bastante oportunismo en esas referencias a la oportunidad y bastante seguidismo en los discursos que los voceros de tal teoría prodigan en tribunas de variada coloración ideológica; abunda la insensibilidad en tales proclamas, procedan de la extrema derecha o del lenguaje diplomático que con meticulosa precisión manejan Emmanuel Macron y Olaf Scholz para considerar inadecuado avanzar ahora por la senda del reconocimiento de Palestina.

Puede decirse que España, Noruega e Irlanda han abierto por unas horas la caja de los truenos, con Santiago Abascal de charla en Israel con Binyamin Netanyahu y la derecha convencional de media Europa, incluido el PP, dando cuenta al mismo tiempo de su apoyo a la solución de los dos estados y de su oposición al reconocimiento por inapropiado en ese momento. Una inadecuación que a poco que se repase lo sucedido desde 1948 se ha convertido en una constante histórica: nunca es el momento oportuno, el cruce de caminos propicio para que los palestinos dispongan de Estado propio al lado de Israel. Ni siquiera después de los acuerdos de Oslo (1993) parecen haberse dado las condiciones para alumbrar una Palestina independiente con todos los atributos de soberanía; nunca ha sido el momento oportuno para acabar con el agravio histórico. Y al parecer, menos lo es ahora, con un primer ministro en Israel que ha dicho por activa y por pasiva que fue un error lo prescrito en Oslo y que se opone sin reservas a la coexistencia de dos estados.

Al empezar el año, Antony Blinken, secretario de Estado, declaró que más países árabes reconocerían de inmediato a Israel si impulsaba la creación de un Estado palestino. Tal mensaje no fue fruto de una honda y sostenida reflexión: se limitó a reproducir sin citarla la declaración de la Liga Árabe de 2002, reiterada en 2007 y 2017, según la cual la evacuación israelí de los territorios ocupados y la creación en ellos del Estado palestino con capital en Jerusalén oriental supondría el inmediato reconocimiento de Israel por los veinte países árabes que por aquel entonces no lo reconocían. Fue esa una declaración posterior al fracaso de las conversaciones de Camp David de julio de 2000 -Ehud Barak, Yasir Arafat y Bill Clinton de mediador- que llevo a los reunidos “a un paso del acuerdo”, según Arafat, pero que cayó en el olvido en cuanto estalló la segunda Intifada.

Se dijo entonces, pronto hará un cuarto de siglo, que Arafat perdió una gran ocasión, que el líder palestino había equivocado la estrategia al no aceptar el acuerdo que respaldaba el presidente de Estados Unidos. Poco tiempo después, con George W. Bush en la Casa Blanca, algunos de los asesores que estuvieron en Camp David no se privaron en reconocer que Arafat no podía aceptar unos términos que daban a la capitalidad de Jerusalén un valor meramente simbólico, reducían al mínimo el número de refugiados que podían regresar a Palestinas y dejaba para futuras conversaciones aspectos centrales de las atribuciones de soberanía del futuro Estado: defensa y seguridad, gestión del agua, estatus de los ciudadanos israelís afincados en Gaza y Cisjordania y otros muchos asuntos relevantes.

Durante un coloquio en Madrid en 2010 uno de los intervinientes dijo que daba la impresión -la da aún hoy- que siempre es demasiado pronto para reconocer a Palestina. En 2020, con los llamados Acuerdos de Abraham, Donald Trump creyó liquidados los reparos de los gobiernos árabes para reconocer a Israel y su insistencia en dar vida al Estado palestino. En poco tiempo, los Emiratos Árabes. Baréin, Sudán y Marruecos establecieron relaciones diplomáticas con Israel; pareció que Arabia Saudí iba a dar el mismo paso y, con ella, los demás miembros de la Liga Árabe. La estrategia israelí de tierra quemada en Gaza, respuesta al ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre, desvaneció tales expectativas. Es poco menos que imposible que sobre la devastación de la Franja y el desafío moral que entraña la matanza se restaure la lógica derivada de los Acuerdos de Abraham; es poco menos que imposible que la coalición gobernante en Israel, con el peso determinante en ella del sionismo confesional de extrema derecha, acceda a algo diferente a la victoria militar y el sometimiento de la comunidad palestina.

Si aun así es demasiado pronto, inoportuno o precipitado reconocer a Palestina es relativamente fácil concluir que nunca será el momento adecuado salvo que Estados Unidos emita alguna señal en ese sentido, la secunde Alemania y nadie ose ponerla en duda. El escritor israelí David Grossman se suma al pesimismo cuando avizora el futuro: “Los miedos van a dominar durante tanto tiempo que va a ser difícil hablar de paz”. Ve en la derechización sin pausa del Gobierno y en los prejuicios siempre en progresión hacia los árabes dos razones básicas para vislumbrar un porvenir sombrío, una carrera desbocada hacia un horizonte en el que, entre ser un Estado judío o un Estado democrático, ganan los partidarios de la primera opción. No es de extrañar que Shlomo ben Ami crea prioritario que el país se desembarace de Netanyahu y sus aliados para no precipitarse por el abismo que Grossman cree distinguir en el desenlace de la tragedia.

El pasado 19 de octubre, el exeurodiputado Emilio Menéndez del Valle publicó en Infolibre un artículo titulado Palestina, causa moral de nuestro tiempo. En él se formula la siguiente pregunta: “¿Cómo podemos esperar que los niños que han sufrido la muerte violenta de sus familiares y amigos y la destrucción de sus casas perdonen no solo a sus vecinos israelís, sino también a las potencias mundiales que no han hecho nada para defenderlos?” Todas las respuestas posibles son inquietantes. Pero puede que parte de esa inquietud que sobrevuela las ruinas humeantes decrezca si se multiplican los reconocimientos de Palestina, tan oportunos como necesarios para que gane adeptos una idea pacificadora: tanto derecho a existir tiene Israel como Palestina.