En Los Ángeles, lo raro es NO hablar de tu terapeuta en la primera cita

Por fin una ciudad que me entiende.

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As you all know (como todos vosotros sabéis, bilingüismo), durante mi estancia en la ciudad de la fama y de las estrellas (y de los camareros que quieren serlo algún día) le estoy dedicando bastante tiempo a esa bella práctica del siglo XXI que consiste en quedar con hombres que no conoces de nada porque un algoritmo ha decidido que podría ser el futuro padre de tus hijos (o sea, de lo míos, no de los vuestros, o sí, mira, no sé, la vida da muchas vueltas). Lo que viene siendo que estoy teniendo citas (y no con el médico).

"¿Qué cómo me va?", me preguntáis. Mal, no os voy a mentir ni me voy a engañar a mí misma. Porque aunque yo siempre he sido bastante positiva (de actitud, ojito, que con la 'coronavida' esto puede llevar a error), ahora con la distancia social y toda la movida (all the movie) como que el mercado del ligoteo no atraviesa su mejor momento (minuto de silencio por todos aquellos solteros en horas bajas #staystrong).

Mascarillas, bares cerrados, restaurantes a medio gas... Vaya, que las primeras citas se han convertido en algo...

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Pero LITERAL. Y es una pena porque si algo me gustaba a mí de las primeras citas (bueno, y de las segundas, las terceras, las cuartas y las quintas, yo no discrimino en cuestiones de ligoteo) en suelo californiano es que descubrí que aquí TODO SOLTERO TIENE UN TERAPEUTA. Que yo llegué a preguntarme si es que en este país cuando te abres una cuenta en Tinder se te asigna uno directamente.

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Poca broma porque el 'dating' debería ser considerado una actividad de riesgo cuando vives en Hollywood dado que los angelinos son muy propensos a llevarte de 'hiking' (andurreo por mitad del monte) y lo mismo del esfuerzo no lo cuentas. Que bueno, ahí lo mismo el psicólogo poco te puede ayudar e igual necesitas tirar más de cardiólogo/cirujano. Yo por poco y no lo cuento (mentira, lo conté en un artículo) en una en la que me llevaron a subir y bajar escaleras (y no a El Corte Inglés). En fin, a lo que vamos (to the thing we are going).

Lo diré sin rodeos (algo muy americano, guiño, guiño). Yo voy a terapia desde hace cinco años. Sí, tengo una psicóloga que se ha convertido en mi Alexa particular, pero a la inversa, ya que ella es la que me hace las preguntas a mí y como está en España, hacemos la terapia por teléfono (como el amor, que diría aquella canción de reggaeton).

El caso (the case) que yo jamás le hubiese contado a una cita, y menos la primera vez que nos vemos, que tengo psicóloga. "¿Qué por qué?", me preguntáis de nuevo ansiosos por conocer más secretos de mi intensa vida de celebrity. Pues si soy sincera (que ya que tengo cuatro lectores siempre lo soy), porque no quiero que mis citas crean que tengo problemas. ¡AJÁ! Pero los tengo. ¡AJÁ! Pero los oculto. ¡AJÁ! O sea, que me da vergüenza.

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Sí, amigo Pumba, porque ya que has aparecido de manera totalmente inesperada en mi artículo, y dado que formas parte de Disney y sus preciosas historias de amor a primera vista que duran 'forever and ever', yo te pregunto: "¿Estamos seguros de que Bella no tuvo que ir a terapia para superar que terminó casándose con un príncipe/bestia del que se enamoró tras haberla secuestrado a cambio de liberar a su padre al que había secuestrado previamente?".

A ver, que yo entiendo que las princesas Disney están hechas de otra pasta (la que no se comen para tener esas cinturas), pero curiosidad tengo, no te voy a engañar.

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Ay mira, Aladín, gracias, justo era eso lo que iba a decir: no quiero que mis primeras citas se crean que estoy "crazy". Habrá que dejar algo de intriga y no darlo todo en la primera cita, ¿o qué? Ya lo descubrirán con el tiempo. Pero no, resulta que en Los Ángeles, y en las primeras citas, los hombres me cuentan que van a terapia a la primera de cambio. Sin anestesia. Y yo aún recuerdo con quién y cómo fue porque ya sabéis que las primeras veces nunca se olvidan.

Era martes y había poca gente en el bar en el que disfrutábamos de un par de cócteles sin mascarillas ni distancias ni geles de manos (no te lo perdonaré jamás, 'coronavida'). Él tonteaba, yo tonteaba (o eso intentaba porque el inglés es una tortura china) y todo apuntaba a que la cosa terminaría bien (cada uno que interprete bien como quiera, ejem, ejem). Entonces fue cuando, además de contarme que estaba casado y con dos hijos, pero en relación abierta, me dijo: "Mi terapeuta dice que nos vendrá bien". Y esta fue mi reacción:

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Un hombre al que acababa de conocer me había dicho en la barra de un bar que iba a terapia. Sí. Sin importarle nada. Sin darle la menor importancia. Como el que te dice que ha bajado a por el pan. Y yo, no mentiré, no supe muy bien cómo reaccionar. Hasta que me di cuenta de que era la oportunidad perfecta para poder 'liberarme' y hablar de una parte de mi vida que, me guste o no, ahí está. Y oye, qué sensación. Ni la de ir sin sujetador, ya os lo digo (bueno, también os lo conté porque escribí de ello). Que para los hombres que me leéis digo yo que será lo mismo que ir sin calzoncillos, pero qué sabré yo.

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Total que tras esta primera toma de contacto, resulta que o yo me he cruzado con todos los solteros de Los Ángeles que van a terapia o todos van a terapia. Y ya os digo yo que es lo segundo. Pero tranquilos porque todo tiene una explicación: hay que estar muy loco para querer vivir en Los Ángeles, una ciudad en la que todo es extremadamente caro, todos queremos triunfar, todos mentimos sobre nuestras vidas profesionales y todos intentamos buscar el amor con una mochila emocional a la espalda que no te la sostiene ni Jesús Calleja subiendo el Everest.

Eso sí, yo en lo de mentir sobre mi vida profesional no participo porque es real como la vida misma, y como este artículo, que presento y produzco un programa en el que hablo con las 'influencers'. Sí, sí, como te lo cuento. 'The Latte Show con Carmen Raya' se emite todos los martes, jueves y sábados por la mañana (hora española) en mis Stories y bueno, deseando estoy que me veáis. Es que a mi madre le hace ilusión, lo de hacerme famosa y ganar mucho dinero no me interesa...

Ah, y sí, somos un equipo de cuatro chicas. Diferentes todas, ¿eh? ¿Loca yo?

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