Viaje al 'Corredor del fuet' (4)
Una herida en cada cumpleaños: “Nunca te invitan, los niños inmigrantes somos invisibles”
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Elisenda Colell
Redactora
Periodista de desigualdades y exclusión social crecida en la redacción de informativos de la Cadena SER en Catalunya. Nací en Viu Comunicació y Cugat.cat.
Aterrizó en Manlleu el verano del 1993 con su madre y hermanas. Tenía 9 años. “Te cambian la vida de golpe sin pedirte permiso: pasas de ser la protagonista a la invisible”, explica Sanaa Boujdadi. Ella fue de las primeras niñas magrebís escolarizadas en Manlleu y ahora acompaña a las familias migrantes para que su desencaje no se repita. “A mí no me invitaban a las fiestas de cumpleaños y no quiero que este sufrimiento lo vivan mis hijos”, explica. Frente a la herida de la inmigración, responde sin paños calientes. “¿Integración? Aquí todos lo hacemos mal”.
“Yo en Nador era una niña muy feliz. Tenía abuelos, primos, amigos, escuela… Pero mis padres vieron el futuro. Y, de un día para otro, me trajeron aquí”, recuerda. Habla de sus primeros días en Catalunya con pena. “No me enteraba de nada y, de repente, desapareces. Me sentí invisible y puse una barrera. Me quedaba sola en el patio leyendo ¿Por qué tenía que ir a buscar amigos?”.
Una infancia en soledad
En el recreo vivía insultos y miradas de desprecio. “Mis padres no le daban importancia, decían 'pasa de ellos', pero a mí me afectaba”. Tiene 39 años y aún le duele hablar de su infancia. “Prefería estar sola que ir detrás de alguien, de formar parte de un grupito. Sentía que me hacían un favor estando conmigo. Yo quería que alguien me escuchara, no solo hacer lo que dijeran los demás. No quería ser menos”.
Su historia muestra la doble la realidad que han vivido y siguien viviendo muchos hijos de inmigrantes. “No me invitaban a las fiestas de cumpleaños, me encantaba ver a las madres cosiendo los trajes de carnaval… pero la mía nunca estaba”, dice con los ojos entelados. “Ella no era consciente, había una barrera idiomática, trabajaba, tenía otros problemas. Mis padres hicieron lo que pudieron, no les podía pedir más”, resume Boujdadi.
En la adolescencia llegaron las amigas y, también, la pregunta. “¿De dónde soy? En casa tenía unas normas: no podía salir de fiesta. Pero mis amigas lo hacían. Tú siempre te quedas fuera, pero a la vez quieres que tus padres estén orgullosos de ti… Y al final no sabes quién eres”, dice. “Piensas en contentar a todos. Unos me decían que era una traidora, que me había catalanizado. Y los otros me veían diferente a ellos. Ahora lo pienso y era una locura”.
Vivienda y velo
Boujdadi fue creciendo, pero la discriminación siempre la acompañó. “Cuando quise ir a vivir con mi pareja, solo nos alquilaban pisos en los guetos, aunque pudiéramos pagarlos. Frenaban mi libertad, te decían: 'Este es tu sitio'. No lo entendía. ¿Qué estaba haciendo mal?”. Todo se arregló tras una carta al diario 'El 9 Nou' que la catapuló a entrevistas con Josep Cuní o Antoni Basses en TV3 y Catalunya Ràdio.
Pero después vino el velo. “Nadie me obligó, incluso mi padre me dijo que no duraría ni dos días". Aún lo lleva, aunque le tocó vivir experiencias amargas. “Yo pensaba que estaba súper integrada, que lo había hecho bien, que era una más en Osona… pero no”, dice. Cambiaron las miradas. Oía comentarios en el bus, porque aunque los demás no fueran conscientes, ella les entendía perfectamente. En el trabajo, los usuarios de servicios sociales pedían que ella no les atendiera.
Poner almohadas para los niños
Ahora tiene dos hijos, Jana, de 12 años, y Adam, de 7. Los nombres no son casuales. “Sabía que su nombre aparecería en las listas de la preinscripción escolar. La gente aquí cuenta cuántos inmigrantes hay en la clase. Por eso le puse Jana. Porque he sufrido mucho y no quiero que ellos se sientan señalados”.
Con su hija, Boujdadi cambió su forma de relacionarse. “Me comí el orgullo y me acerqué a las madres. No podía hacer lo mismo que de pequeña, me tocaba dar dos pasos”. Pero volvió a ocurrir. “Un día salió una abuela y los niños empezaron a correr tras ella. Jana decía que era la fiesta de una niña, que iban todos, que no entendía por qué ella era la única a la que no habían invitado. Yo lloraba a mares. Las fiestas de cumpleaños son muy importantes".
Esta madre ha tratado de construir un refugio alrededor de sus hijos y su marido. Celebran los Reyes Magos y el ramadán. “Es mi propia interculturalidad, que digan lo que quieran. Somos felices”. Habla con sus hijos de todo lo que les pasa. Dice que es como ir poniendo almohadillas. "Si hay un golpe, les dolerá menos".
Islam y machismo
Como integradora, trabaja en talleres de los ayuntamientos de la comarca para fomentar la inclusión de las familias migrantes y es una de las traductoras del Consell Comarcal. No evita ningún tema polémico. “Claro que la sociedad marroquí está atravesada por el machismo, como la catalana. Pero no lo confundamos con la religión. Que no me digan que el islam prohíbe a las niñas hacer deporte porque no es verdad, no lo pone en ninguna sura, jamás sale en El Corán. Estas actitudes de los padres no las podemos permitir”, zanja.
Su visión de la herida en la acogida migratoria en Catalunya es clarividente. “Dejemos de hacer proyectos cortoplacistas y acompañemos a las familias: no saben cómo funciona el sistema educativo, qué aprenden sus hijos... Damos las cosas por sentadas y luego viene PISA y nos ponemos todos las manos en la cabeza”. Y sigue: “La culpa de que no se integren no es de unos ni de otros. Es de todos porque llevamos muchos años haciendo las cosas mal”.
Boujdadi, que tiene la nacionalidad española y derecho a voto, no se siente representada por ningún partido. “Los inmigrantes somos las últimas piezas de esta sociedad. Nunca he oído a un político diciendo que sumamos”. Eso sí, se deshace en elogios hacia sus profesores, que incluso la llevaban a escondidas a terapia infantil. “Esto de que la escuela no debe meterse según donde no me parece bien. Mi maestra fue mi segunda madre”.
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