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Crisis humanitaria
Rafael Vilasanjuan
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Las puertas migratorias

Europa se hunde en la vejez. Mientras aumentan las pensiones y se reduce el número de trabajadores, seguimos sin una política clara sobre inmigración y avanzamos al albur de los apóstoles que proclaman que nuestros problemas vienen de fuera

Migrantes son rescatados por el barco 'Astral' de Open Arms

Migrantes son rescatados por el barco 'Astral' de Open Arms / JUAN MEDINA | REUTERS

Europa tiene un problema: mientras la población envejece como en ninguna otra región del mundo, sus vecinos llaman a la puerta para intentar entrar. La imágenes de jóvenes inmigrantes se repiten en Italia, en Francia y, por supuesto, en España, que mantiene solo un mar que separa al mundo más pobre de uno de los más ricos. ¿No tendría sentido llegar a un acuerdo para intentar un equilibrio? El dilema no es fácil. Para unos, los que vienen van a cambiar nuestra cultura, nuestras libertades y la manera de progresar en común y la Unión Europea se deja atrapar por esta narrativa del caos, que al tiempo que criminaliza a los que llegan niega cualquier alternativa para encontrar soluciones.

Curiosamente, quienes más reservas ponen son precisamente quienes tienen una manera más conservadora de entender la sociedad. Respetable, por supuesto, pero ¿qué quieren conservar? Europa se hunde en la vejez. Mientras aumentan las pensiones y se reduce el número de trabajadores, seguimos sin una política clara sobre inmigración y avanzamos al albur de los apóstoles que proclaman que nuestros problemas vienen de fuera. Hágamos números: Europa necesita que la población deje de decrecer y la única opción posible es abrir las puertas a los que quieren entrar. Necesitamos, cada año, a millones de personas que quieran trabajar. Si no crecemos dejaremos de ser competitivos, la única posibilidad que permite a nuestros países seguir defendiendo el Estado de bienestar. Sin inmigración, todo eso se acabó.

La inmigración no es nada nuevo, sin embargo, en Europa suenan alarmas como las sirenas que en Kiev anuncian el peligro de bombas inminentes, cada vez que asoma un nuevo barco con migrantes. Llevamos décadas intentando frenar su llegada, pero desde que se creó el espacio Schengen de libre circulación, a pesar de haber invertido miles de millones para vigilar las fronteras y otros tantos miles de millones entregados a países africanos para devolver sin reparo y en caliente a los que han llegado hasta aquí, el flujo sigue constante y, lo que es peor, la sensación de impotencia sigue calando entre una población que se aferra a las proclamas de una solución fácil si se aplica mano dura.

Sin concretar el problema, sencillamente, no hay solución. Para empezar, la UE se está quedando demasiado vieja. Sin inmigración, Europa perderá casi 100 millones de habitantes en los próximos 30 años. En menos de una década, la mayoría de los países tendrán a un tercio de la población por encima de 65 años, si además le sumamos que otro tercio estará en edad de formación, ¿quién va a pagar las pensiones? ¿Quién va a mantener la sanidad y la educación? No hay alternativa, les necesitamos.

Hay que acabar con ese discurso xenófobo, nuestra demografía y sostenibilidad solo tiene una salida: abrir fronteras. Sin inmigrantes no hay futuro ni Estado de bienestar.

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