Opinión |
Veranos literarios
Valentí Puig

Valentí Puig

Escritor y periodista.

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Noches de verano con Baroja

El escritor despliega su pesimismo antropológico entre casquivanas desvergonzadas, tanguistas y cocineras. Fulana, zutana. Redacciones destartaladas. Alta sociedad y bajos fondos. Máscaras y maquillajes espesos

Pío Baroja.

Pío Baroja.

Un joven Baroja escribió: “Siempre he tenido entusiasmo por lo que huye”. En la novela 'Las noches del Buen Retiro', firmada en 1933, un Baroja de sesenta años presentó una generación quemada por la insatisfacción o goces de la vida que fomentan expectativas irresolubles. Son noches de verano, teatro de la juventud perdida. Hay que enamorarse de una condesa trágica, escribir panfletos y tener trato con delincuentes de genio. Es como el siglo XXI, pero con estilo. Tener a la familia en alguna playa del norte y liarse con una corista. La tentación vive arriba. Triunfa la banda militar en el quiosco. Así era la regencia de María Cristina.

Al lector joven, esa novela le deja un regusto de experiencias que no entiende pero, como ocurre con las buenas novelas, la comprenderá si regresa a esas páginas ya en la vida adulta. El Madrid menestral, el aristocrático, la política y el periodismo mariposean de noche en aquellos jardines mundanos del Retiro, donde luego estuvo Correos y ahora el ayuntamiento de la Villa y Corte. De modo inevitable, somos a la vez también juventud perdida y espectadores melancólicos de una generación que se quema las alas como las mariposas que acuden al fanal. Es en 1897, a punto de perder Cuba y Filipinas. Aquel verano anuncia un fin de siglo, aunque las pasiones son las de siempre y en eso se ocupa Baroja.

Cada generación tiene sus noches del Buen Retiro, sus modos de 'dandy', sus formas de petimetre, los diversos estilos del botarate y una ocasional caída en las melancolías. Pasean desencantados por los jardines del Buen Retiro, buscando el fresco nocturno del verano cuando la gente rica está veraneando en la costa cantábrica. Ahora se llaman “refugios climáticos”. Fueron jardines con café y zarzuela bufa, con “boscajes retirados para parejas misteriosas”. Pasean galanes con bigotes erizados, barbas repeinadas, sombrero de copa y chaqué. Son noches frescas y maledicentes. Cuando le da la gana, Baroja es un observador consumado de gestos y fisonomías. El fin de siglo está en una representación de 'Tannhäuser' en el Teatro Real, con la Reina en el palco de diario.

Asesinato de Cánovas en un balneario del norte, el gran Cánovas al que Baroja alguna vez llamó “fatuo infatuado”. Aquella noche, la banda de los jardines del Buen Retiro tocaba un vals de Strauss. La tragedia histórica hiere la España que intenta ser moderna y estable, pero nada se altera en los jardines del Buen Retiro y ya se especula sobre el sucesor del asesinado presidente del Consejo de Ministros, presente en la velada madrileña. Los escritores del 98 fueron muy injustos con Cánovas y la Restauración.

Baroja despliega su pesimismo antropológico entre casquivanas desvergonzadas, tanguistas y cocineras. Fulana, zutana. Redacciones destartaladas. Alta sociedad y bajos fondos. Máscaras y maquillajes espesos. Esa es una novela de una tristeza desvaída, de energías irrecuperables, de amores en falso: Carlos Hermida que quiso ser escritor, el joven Jaime Thierry, de origen norteamericano, y su aproximación al braguetazo. Son complicidades frágiles, amores perdidos. 

Unos años más tarde, aquellos jardines ya han desaparecido. Está ahí la nueva Casa de Correos y dos antiguos habituales de los jardines del Buen Retiro se encuentran ante la arcada con buzones. Reconsideran el pasado, anécdotas, idilios y enredos, viudedades, desengaños y fracasos. Es un epílogo breve y casual, de gran novela. 'Las noches del Buen Retiro' relata un verano para hablar del otoño. Es la mejor manera de contar todo lo que huye. Úsese todos los días como perfume perdido.

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