Opinión |
Veranos literarios
Valentí Puig

Valentí Puig

Escritor y periodista.

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La piscina del gran Gatsby

La obra de Scott Fitzgerald no tuvo el éxito de sus novelas anteriores, pero acabó siendo un clásico universal

Fotograma de la película de 'El Gran Gatsby'.

Fotograma de la película de 'El Gran Gatsby'. / Fotograma

La novela 'El gran Gatsby' comienza en una ventosa y cálida tarde de verano, en 1922, era del jazz y, como todas, de amores desafortunados. Jay Gatsby, nuevo rico de fortuna turbulenta –¿contrabando de alcohol?-, se ha acomodado en un palacete de imitación, como un intruso en la zona patricia y millonaria de Long Island. Es un palacete con jardines azules y fiestas locas. La piscina es de mármol, una piscina de los locos años veinte, pero Gatsby solo la utiliza en el desenlace fatal. 

Es en verano cuando los afanes de amor imposible acostumbran a tener un desenlace muy triste. De día, Gatsby circula en Rolls Royce y cruza la bahía en sus lanchas, levantando surcos de espuma. Por las noches, el bar de la mansión está estupendo, con muchas rondas de champán, chismorreo, carcajadas y “entusiastas corros de mujeres que nunca saben sus nombres”. Si Gatsby está ahí, con su lujo caro y sus camisas encargadas en Londres, es porque al otro lado de la bahía veranea su antiguo amor, Daisy, -¿cómo iba a llamarse si no?- casada con un tipo rico y violento. Cuando acaba el verano, Gatsby le dice al jardinero que vacíe la piscina. Y se da cuenta de que en todo el verano no la ha usado. Pronto se acaba todo, con la muerte azarosa. 

De los veranos de la era del jazz al perreo portorriqueño, del estío de postguerra a los veraneos con inteligencia artificial, la vida se adapta a las novelas y las novelas se incrustan en la vida. Para millones de lectores es el sueño de una noche de verano. 'El gran Gastby' se publica en 1925. No tuvo el éxito de sus novelas anteriores, pero acabó siendo un clásico universal. Sucesivas generaciones añoran las noches desbordantes de 'foxtrot' y whisky en el falso palacete de Gatsby, el bullicio de sus fiestas, su extraño candor y tantas ilusiones perdidas. 

Scott Fitzgerald es un clásico del derrumbe, de que la noche pueda ser suave, del Gatsby que hay en todos nosotros. Triunfo precoz, fracaso inminente: es la biografía de tantos escritores americanos que pasan de la época dorada al callejón del 'delirium tremens'. En sus años de platino, el matrimonio de Scott con Zelda fue una leyenda de noches sin fin y mil y una botellas descorchadas. No creía mucho en la felicidad, pero tampoco en la tristeza. Cuando Zelda comienza a entrar y salir de las clínicas mentales, él cuida de su hija, Scottie. Por carta, le da consejos: preocuparse del coraje, de la higiene, de la eficiencia y de la equitación; no preocuparse, entre otras cosas, por la opinión de los demás, por el pasado ni por el futuro, por el triunfo ni por el fracaso, a menos que fuese culpa suya. Todavía escribe la novela 'Dulce es la noche'. También comienza en verano, en la Riviera francesa, cuando el autor vivía de prestado y Zelda estaba internada.

De 'El gran Gatsby” se han hecho varias adaptaciones al cine. De una primera versión solo se conserva el tráiler. En la versión de 1974, Robert Redford interpreta al protagonista y Di Caprio en la de 2013, pero la mejor es la de 1949, con Alan Ladd, en blanco y negro. En aquellas noches de Long Island, la luna flotaba “como un triángulo de escamas de plata”. Ponte otra copa, Scott Fitzgerald. Aquí nos tienes, en otro siglo, al borde de la piscina comunitaria, con el cuñado preparando la barbacoa y amorrado a una lata de cerveza. 

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