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Joan Tapia

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Presidente del Comité Editorial de EL PERIÓDICO.

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Illa y el gen Tarradellas

El nuevo president admira la firmeza y la flexibilidad del anciano exiliado que, antes de la Constitución, logró el retorno de la Generalitat republicana

Salvador Illa, entre aplausos en el Parlament.

Salvador Illa, entre aplausos en el Parlament.

El 12 de mayo hubo elecciones, pero hasta el 8 de agosto, tras dos meses de complicada negociación, Salvador Illa no ha sido president. En un día en el que se temió la suspensión de la sesión si Puigdemont -que volvió a Barcelona- era detenido.

Lo sustancial es que se han evitado unas nuevas elecciones por segunda vez en un año -estéril paralización- y que Catalunya tiene un nuevo president que quiere infundir confianza y pasar página de la larga conflictividad. Y puede hacerlo. En la última encuesta del CEO de la Generalitat es el único político que aprueba (con 5,2 de nota), seguido de Pere Aragonès (4,8).

La clave del discurso fue que, ya en sus primeras palabras, subrayó que aquel mismo día de un muy lejano 1954 Josep Tarradellas había sido elegido en el exilio (México) president de la Generalitat. Illa solo conoció a Tarradellas a través de su amigo Romà Planas, militante socialista que fue muchos años su secretario político. Pero Tarradellas encarnó tanto la firmeza en mantener la legitimidad republicana como, al mismo tiempo, la flexibilidad para negociar cuando desde el exilio pactó con Adolfo Suarez la restitución de la Generalitat en 1977, antes de la Constitución. Illa apuesta por las dos F: Firmeza y Flexibilidad.

Tarradellas también apostó por un gobierno de unidad -desde UCD hasta los eurocomunistas del PSUC- que creía necesario para avanzar en el autogobierno. Illa no puede pretender lo mismo y va a gobernar en minoría (42 diputados de 135), pero sabe que su objetivo no lo podrá alcanzar sólo con el PSC pues aspira a que los hoy 8 millones de catalanes (6 cuando Pujol) se sientan bien en una Catalunya que cree “una nación abierta, plural y diversa en una España plurinacional y en una Europa federal”. 

Parte con un pacto de investidura -que no de legislatura- con ERC y los comunes. Serán sus socios preferentes -el tripartito de izquierdas-, pero también buscará acuerdos con otros partidos como Junts, el PP y la CUP. Todos, salvo la extrema derecha. Es el espíritu Tarradellas de 1977 traspuesto a 2024. Y hace falta porque las largas querellas internas (entre catalanes) y con Madrid no han fortalecido al país. Y que los tres partidos del pacto sean, uno constitucionalista, otro independentista y el tercero mediopensionista, es alentador. La aritmética parlamentaria (la realidad) lo imponía y la prioridad es superar los bloques del 2017.

Y para el PSC -que en el punto álgido del 'procés' el periodismo oficialista decía moribundo- es la prueba de que la resiliencia de Pere Navarro y, aún más, de Miquel Iceta -que ya defendió con costes los indultos en pleno 2017- ha dado resultados. Y en el PSC, Raimon Obiols y Narcis Serra, fundadores aún vivos, y el expresident Montilla le respaldan. Illa no tiene su Felipe González ni, aún menos, a un desatado Alfonso Guerra. Todos están con él.

Pero el otro protagonista de la jornada fue Puigdemont. En campaña, para ganar las elecciones, proclamó que volvería. Luego insistió en que se haría detener para abortar el pacto ERC-PSC que impedía unas nuevas elecciones. No podía dejar de volver a Catalunya si quería ser respetado por los suyos. Así al final usó un temerario plan B, o C. Volvió, hizo un discurso de seis minutos para proclamar que “pese a las persecuciones todavía seguimos aquí”, y luego se esfumó como si fuera el famoso Arsenio Lupin. Sin dejarse detener y sin frenar la investidura.

El de Waterloo reconocía así su derrota, pero debió satisfacer a sus seguidores: “el president nunca se rinde y sobrevive”. El discurso de Albert Batet, su portavoz parlamentario, lo rubricó: Junts seguirá haciendo política defendiendo el santo sacramento del referéndum del 1 de octubre. Pese a la doble derrota -ante Illa PSC y ante ERC- son el segundo partido. Y no renuncian al futuro.

Y para Puigdemont, para Catalunya y para España, es mejor que Puigdemont espere la amnistía -que cuesta entender que se retrase- desde Waterloo o Ginebra que desde Alcalá Meco. Generaría más tensión que estuviera preso y pendiente del Supremo.

Lo relevante es que Catalunya ya tiene president y -morbo aparte- no está pendiente de Waterloo, sino del nuevo Govern de Salvador Illa. Tendré que esperar a setiembre para comentarlo.   

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