Opinión |
Doble rasero
Jorge Dezcallar

Jorge Dezcallar

Embajador de España.

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Los juegos de París

Nunca conseguiremos que el mundo “compre” los valores de los que presumimos los occidentales si no somos capaces de aplicarlos de forma imparcial y caiga quien caiga

Los abanderados Wasim Abusal, Valerie Rose Tarazi y los atletas de Palestina en el desfile flotante por el río Sena durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Paris 2024

Los abanderados Wasim Abusal, Valerie Rose Tarazi y los atletas de Palestina en el desfile flotante por el río Sena durante la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Paris 2024 / REUTERS/Eloisa Lopez

En París, bella como siempre, se han inaugurado los XXXIII Juegos Olímpicos, una tradición de la Grecia clásica que un francés, el barón de Coubertin, rescató del olvido con aires que inicialmente fueron entre burgueses y aristocráticos, como muestra la película 'Carros de Fuego' a la que Vangelis puso música inolvidable.

Durante unas semanas vivimos un espectáculo de 'Panes et Circensis' a escala planetaria que ningún emperador romano podría haber soñado. Una ceremonia inaugural en la que exultantes atletas enarbolaban banderas de dignas democracias compartiendo barco con las de sangrientas dictaduras, sobre las aguas indiferentes del Sena bajo una lluvia que a todos calaba sin distinciones. Treinta y dos deportes en total, desde el ancestral lanzamiento de jabalina hasta el breaking que se estrena en París como deporte olímpico. Todos al alcance de cualquier televisor con los mejores atletas que nos anestesiarán durante unos días a los problemas que sufren el mundo y España, adormecidos con el ambiente de fiesta que nos rodea. A diferencia de la Grecia clásica que acordaba una tregua para detener los conflictos bélicos mientras duraban los Juegos, ahora eso ya no ocurre y mientras admiramos a nuestros deportistas preferidos las bombas siguen cayendo, inmisericordes, sobre Gaza, Ucrania y otros lugares, acabando al mismo tiempo con la vida de combatientes y de seres inocentes. A esos que no les hablen de Olimpiadas.

Rusia no ha sido invitada (Bielorrusia tampoco) y sus atletas participan a título individual y bajo los aros de la enseña olímpica. Es un castigo merecido por invadir Ucrania y luego anexionar parte de su territorio. Pero en una muestra de doble rasero se ha invitado a otros países que también están envueltos en guerras en su vecindario inmediato con resultado de muchos miles de muertos y de desplazados. Nunca conseguiremos que el mundo “compre” los valores de los que presumimos los occidentales si no somos capaces de aplicarlos de forma imparcial y caiga quien caiga. Cada vez son más los que desde el Sur Global denuncian nuestra hipocresía.

La responsabilidad final de los éxitos, los fracasos, las cosas bien hechas y las que se hacen mal recae en la organización última de los Juegos: el COI, Comité Olímpico Internacional, un organismo de carácter privado, bastante opaco en su funcionamiento, que maneja miles de millones de euros y que es agasajado por igual por monarcas y presidentes de repúblicas, por demócratas acrisolados y dictadores impresentables. El COI no entra en esas menudencias porque pretende ser apolítico y porque el negocio exige ampliar la base y la participación al máximo posible, hasta el punto de que este año participan en París nada menos que 204 países, más que tiene la propia Asamblea General de la ONU que reúne a 193. Confieso humildemente que jamás había oído hablar de Esuatin (?) ni visto tantas banderas con imaginativos diseños. Si después de esta exhibición, de las pasiones levantadas por la Eurocopa de fútbol y por el medallero de estos Juegos alguien piensa que el Estado-Nación que inventó Bodino está de capa caída se lo tiene que hacer mirar con urgencia.

Cuando, como millones, seguía en la televisión la original ceremonia inaugural (solo puntuada por alguna escena de mal gusto) con los atletas navegando por el río Sena, no pude evitar pensar en El Hierro, la isla canaria que está desbordada porque ha recibido estas semanas casi tantos refugiados como habitantes tiene, supervivientes de cayucos que escapan del hambre y otras cosas peores con la esperanza de una vida mejor, que al llegar se encuentran con políticos insolidarios que rechazan un reparto equitativo con el resto de Comunidades Autónomas porque aquí cada vez hay más insolidaridad entre territorios. Mal vamos. Me pareció un contraste obsceno, entre otras razones porque pienso que los hijos de esos mismos emigrantes son los que nos harán ganar medallas en futuros Juegos.

En todo caso, la gran fiesta del deporte puede ayudarnos a ser un poco mejores si contribuye a extender los ideales olímpicos: el valor de la igualdad, del esfuerzo, de la competitividad, el respeto del rival, el juego limpio, en definitiva la aceptación con el mismo gesto de la derrota y del triunfo, que diría Kipling. Todavía nos esperan días de agotador esfuerzo apoyando a los nuestros delante del televisor mientras Maduro da en Venezuela un pucherazo descomunal y el cielo de Oriente Medio se carga con negros nubarrones de funesto presagio.