Opinión | Apunte

Salvador Martí Puig

Salvador Martí Puig

Catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Girona

Venezuela, ¿alguna novedad?

El presidente de venezuela, Nicolás Maduro, en el palacio presidencial, este jueves.

El presidente de venezuela, Nicolás Maduro, en el palacio presidencial, este jueves. / YURI CORTEZ / AFP

Hace pocos días, en el artículo titulado “¿Vale la pena participar en elecciones autoritarias?” me preguntaba si la oposición venezolana creía que los recientes comicios en los que ha participado serían limpios. Mi respuesta era que no, que la oposición era consciente de que participaba en unas elecciones en las que el Gobierno ya tenía precocinado el resultado.

Así las cosas, ¿por qué se presentó? En mi opinión se presentó por tres razones. La primera porque participar en unas elecciones (aunque sean amañadas) suponen una oportunidad para movilizarse, criticar al Gobierno y generar lazos de solidaridad entre quienes resisten de forma individual y solitaria al régimen. La segunda, porque unas elecciones son un episodio político cargado de simbolismo en el que deben de respetarse unos códigos y unas reglas y, en el caso de que no sea así, todo el mundo puede ver al “rey desnudo”. Y la tercera, porque si la reacción del Gobierno ante las protestas de la oposición es desmedidamente violenta -tal como ya está sucediendo- es posible que un amplio sector de la comunidad internacional se posicione en contra del régimen y le pida responsabilidades.

Hasta aquí el guion se ha cumplido. La cuestión, sin embargo, reside en si lo que hoy está aconteciendo en el Venezuela es un 'déjà vu' o hay alguna novedad respecto a otras elecciones robadas, victorias neutralizadas y represiones desplegadas.

No es fácil responder a esta última pregunta ya que lo que acontece estos días no es muy diferente a lo que estamos acostumbrados a ver periódicamente en Venezuela, a saber, movilizaciones masivas patrocinadas por las partes en conflicto, enfrentamientos violentos en las calles, discursos de odio, acusaciones de golpe de Estado e injerencia extranjera, cierre institucional y represión. De todas formas, sí hay -creo- algún cambio.

A diferencia de otras veces, esta vez en la región sólo los gobiernos de Bolivia, Cuba, Honduras y Nicaragua ha manifestado su apoyo explícito a Maduro. El resto han matizado su posición, que va desde reclamar al Gobierno venezolano que muestre evidencias de su supuesta victoria, hasta denunciar a Maduro en la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad contra la oposición -acción que dicen estar dispuestos a hacer los mandatarios de Argentina, Paraguay y Perú, y el mismo secretario general de la OEA.

En este sentido, si bien no es ninguna sorpresa que el Gobierno de los Estados Unidos no reconozca la victoria de Maduro y señale a Edmundo González como vencedor, sí lo es que presidentes de países supuestamente afines, como son López Obrador, Petro o Lula -a la vez de que desacreditan la posición de Washington- pidan que el Gobierno venezolano muestre las actas de votación y que inicie una vía de diálogo y negociaciones con el candidato opositor, Edmundo González. A día de hoy, nadie sabe aún cuál va a ser la respuesta del Gobierno venezolano a estos tres mandatarios, pero en un contexto tan adverso, no estaría de más que Maduro les hiciera un poco de caso. Si esto es así, es posible que la oposición -esta vez- obtenga algo más que palos por haber participado en unas “elecciones autoritarias”.