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Salvador Martí Puig

Salvador Martí Puig

Catedrático de Ciencia Política de la Universitat de Girona

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¿Vale la pena participar en elecciones autoritarias?

Las condiciones de un escrutinio fiable no se han dado y, por lo tanto, nadie del entorno de Maduro planteó aceptar una posible derrota y mucho menos un traspaso de gobierno

Maduro gana las elecciones en Venezuela

Maduro gana las elecciones en Venezuela / YURI CORTEZ / AFP

“Estamos viviendo un período planetario de retroceso democrático, y Venezuela es pionera”. Esta sentencia resume el último libro de Javier Corrales, profesor de ciencia política de Amherst College, y uno de los máximos especialistas sobre la deriva de las democracias en América Latina y Estados Unidos. Según Corrales, el régimen venezolano, desde 1999 hasta 2016, se deslizó desde una democracia liberal hacia un régimen híbrido, y después de 2016 hacia uno plenamente autoritario que, de vez en cuando, hace un guiño a la oposición.Si creemos lo que expone Javier Corrales en su última obra 'Autocracy Rising. How Venezuela transitioned to Authoritarianism', lo que aconteció el domingo pasado fue eso: un guiño a la oposición doméstica y a la comunidad internacional.

Hablo de guiño porque las elecciones del pasado 28 de julio generaron mucha esperanza debido a que, como ocurrió en 2016, la oposición se presentaba unida a pesar de que su lideresa no pudo presentarse. El hecho de que la oposición hubiera generado una plataforma unitaria y que hubiera realizado una campaña exitosa dio pie a que muchas personas -de dentro y fuera del país- pensaran que era una oportunidad de oro para desbancar a unas autoridades que, desde hace 25 años, se han instalado en el poder. 

Pero no siempre unas elecciones con concurrencia son abiertas y competidas. En el caso que nos referimos se trataba de ejercer el voto en el marco de un sistema de “autoritarismo electoral”. Es decir, en un régimen en el que la oposición puede presentar candidaturas, movilizar a sus simpatizantes y, el día de los comicios, permitir que todo el mundo salga a votar. Otra cosa es que el recuento electoral sea transparente y cotejable y que, en caso de que pierda el gobernante, este acepte la derrota y ceda el poder. 

De lo expuesto queda claro que en Venezuela las condiciones de un escrutinio fiable no se han dado y, por lo tanto, nadie del entorno de Maduro planteó aceptar una posible derrota y mucho menos un traspaso de gobierno. A decir verdad, no ha habido transparencia en el recuento de votos ni ningún tipo de observación homologable. Con estas condiciones los comicios de domingo solo pueden calificarse como unas “elecciones autoritarias”. 

El tema, sin embargo, es otro y reside en la pregunta de si realmente la oposición creía que las elecciones serían limpias. Mi intuición es que no, que no lo creía y, sin embargo, quiso concurrir. De ahí nace otra pregunta: ¿Por qué gastar tanta energía en participar unas elecciones que muy probablemente serán fraudulentas? La respuesta, creo, se basa en el hecho de que, al fin y al cabo, unas elecciones, aunque sean amañadas, dan una ventana de oportunidad a la oposición para criticar, movilizar, generar identidad y cohesionar a sus simpatizantes y, sobre todo, visibilidad ante la comunidad internacional que va a reaccionar pidiendo responsabilidades -y medidas liberalizadoras- si percibe fraude demasiado descarado. En esas estamos.