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Otra escalada en Oriente Próximo

Ni Israel está dispuesto a pisar el freno ni tampoco las fuerzas tuteladas por Irán piensan moderarse

El líder de Hamás, Ismail Haniya.

El líder de Hamás, Ismail Haniya. / EFE

El asesinato en Teherán de Ismail Haniya, líder de Hamás, atribuido a Israel, pocas horas después de la muerte en Beirut de Fuad Chokor, el jefe militar de Hizbulá más apreciado por Hasán Nasrala, autoridad suprema de la organización, activa la escalada en la crisis de Oriente Próximo a pocos días de cumplirse 10 meses del ataque islamista que causó más de 1.100 muertos en suelo israelí. En medio del temor a que la tensión en la frontera israelo-libanesa derive en guerra abierta, la muerte de Haniya pone en el disparadero las hipótesis más pesimistas para lograr una tregua en la Franja de Gaza que permita liberar a los rehenes en poder de Hamás y detener la matanza de civiles palestinos.

Porque con la muerte de Haniya desaparece el único actor respetado por el brazo militar de Hamás para tal cometido, porque el ataque en territorio iraní reactiva el papel en la crisis de la facción más radical de la república de los ayatolás y porque, en el interior de la Franja, sale reforzado Yaya Sinuar, jefe militar de Hamás, representante del ala más radical y a quien Haniya siempre consultó sus decisiones.

La muerte del líder de Hamás refuerza, además, el llamado eje de resistencia, supone un elemento nuevo en los esfuerzos para cohesionar las facciones palestinas y debilita a mediadores determinantes hasta la fecha en el mundo árabe, como Egipto y Catar, país de acogida de Haniya, para lograr un alto el fuego. El simple hecho de que portavoces de diferente orientación ideológica y procedencia se hayan prodigado en anunciar que habrá una respuesta a las muertes de Chokor y Haniya obliga a prever una agudización del conflicto o, lo que es lo mismo, un margen de maniobra cada vez más estrecho para que Estados Unidos y sus aliados en el mundo árabe, maniatados estos últimos por la situación en el campo de batalla, puedan ser eficaces para rebajar la tensión. Ni Israel está dispuesto a pisar el freno ni las fuerzas tuteladas por Irán piensan moderarse salvo que el régimen iraní, a tenor de sus intereses, estime necesario evitar una progresión en su enfrentamiento con Israel.

Desde que Hamás ganó las elecciones de 2006 en la Franja de Gaza, la consideración de terrorista atribuido al grupo de Haniya ha pesado como una losa en las diferentes fórmulas para cancelar en el territorio la lógica perversa acción-reacción, de efectos devastadores para la población. Pareció, sin embargo, que la guerra había conferido al líder de Hamás la condición de interlocutor con poder e influencia para sumarse a una resolución pactada de la crisis, aunque fuese él uno de los responsables directos del ataque terrorista del 7 de octubre. Con su desaparición es imprevisible quién puede llenar ese vacío y con qué atributos, descartada de antemano la posibilidad de que la Autoridad Palestina pueda desempeñar tal papel.

Como tantas veces ha sucedido en Oriente Próximo, la escalada de una crisis ha dado alas a las posiciones más radicales. En Israel, a causa del propósito de Binyamin Netanyahu de prolongar la guerra por estrictas razones de supervivencia política; en la comunidad palestina, porque la estrategia de tierra quemada ha disparado la adhesión a las proclamas de Hamás. Nada induce a pensar que se puede evitar un futuro cada vez más turbulento e impredecible.