Opinión | Juegos Olímpicos

Juan Soto Ivars

Juan Soto Ivars

Escritor y periodista

Un adefesio olímpico

La ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París ha sido un adefesio. Y por supuesto han salido a decir los portavoces de la bondad que la gente que considera un adefesio la ceremonia es homófoba o algo por el estilo, pero la abominación no tiene nada que ver con la presencia protagónica de homosexuales, gordas, infectados de VIH o gente de todas las razas. 

En Barcelona 92, el himno inolvidable lo cantaron una obesa y un enfermo grave de sida que ni siquiera llegó vivo a la inauguración. Este hombre, además, era de origen tanzano. La llama olímpica la prendió en el pebetero de un flechazo Antonio Rebollo, atleta paralímpico con secuelas de la polio. Nada de esto escandalizó a nadie, pese a que, según el reproche juvenil desmemoriado, hace 30 años vivíamos en el medievo. Alguien tendría que preguntarse qué ha cambiado, y me temo que la respuesta no es que hoy seamos más intransigentes que antes.

El motivo por el que la inauguración de Barcelona 92 funcionó y la de París 24 no ha funcionado es que ninguno de los protagonistas de la ceremonia estaba allí por su condición sexual, de género, de peso o de raza o etnia, sino por su talento. Farrokh Bulsara (Freddie Mercury) era una estrella del rock y jamás restregó en la cara de nadie su origen colonial, su raza o su condición sexual. Montserrat Caballé era una estrella de la ópera e interpretó durante décadas a la sexi protagonista de La traviata sin la necesidad de que se escribieran tratados contra la gordofobia. Y en cuanto a Rebollo, que hoy sigue trabajando como ebanista y ha dejado el deporte, pocos atletas españoles han alcanzado su palmarés. Se consideraba entonces que las condiciones fuera de la norma no debían ser un grave impedimento para nadie. Hoy se considera que las condiciones fuera de la norma son llaves que abren puertas. Y claro: lo que entra es pura mediocridad.

Comparar el contenido de la inauguración de Barcelona 92 con la de París 24 es una forma elocuente de analizar lo que ha cambiado. A la inauguración de esta olimpiada, a ese desfile náutico-mamarracho, se le reprocha lo mismo que a los infinitos refritos con los que Marvel, Disney y otras empresas presentan su chantaje moral para vender entradas: que antepongan condiciones que dicen muy poco de la valía o mediocridad de un individuo por encima de su talento: elemento que no sabemos definir, pero apreciamos al primer vistazo.

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