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Memes
Juan Soto Ivars

Juan Soto Ivars

Escritor y periodista

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¡Ja ja, casi un magnicidio!

“Vivimos en una simulación” es uno de los clichés de la vida en internet, y momentos como el atentado contra Trump lo atestiguan

Donald Trump, el candidato republicano en EEUU, tras recibir una bala en la oreja

Donald Trump, el candidato republicano en EEUU, tras recibir una bala en la oreja / ASSOCIATED PRESS

La imagen histórica se convierte en morralla a la velocidad de la luz. En un momento vemos a Trump ensangrentado. Emerge de entre unos hombres que intentan interponerse entre él y posibles nuevas balas disparadas desde no se sabe dónde, es decir: saca la cabeza entre las cabezas y espaldas sacrificables de un escudo humano llamado escolta. Levanta el puño bajo una bandera estadounidense mientras grita “fight!” en lo que yo veo como una referencia a un videoclip de Marilyn Manson ('Fight Song', 2000) aunque él posiblemente no lo sepa. Un espectador ha muerto, otro está herido grave, pero Trump no tiene toda la información. Nadie la tiene. Está vivo de milagro.

La foto es bestial, y además tenemos vídeo, la mano a la oreja, los zumbidos de bala. Pero tanto o más que esta imagen me impresiona lo rápido que se convierte en meme. ¿Qué acaba de pasar? Pues no ha pasado absolutamente nada. La epidermis de la opinión pública abre la boca y la cierra. Es todo como un efecto especial. Aunque resulta difícil recibir un impacto como este en el telediario porque no se intentan magnicidios cada día, no se ha cerrado la herida de la oreja de Trump y la imagen ya cuenta con versiones irónicas: en una le han puesto una botella de kétchup en la mano levantada. En el mismo momento del atentado el periodista Pedro Vallín pone en Twitter “uuuuy!” y luego, cuando le insultan, comenta de sí mismo que este ha sido el mejor tuit de su vida. 

Vallín al menos es un cínico, pero gente que luego denuncia la violencia política y hasta la violencia simbólica cuando un insulto toca a los suyos en las redes decide que es muy divertido que intenten matar al candidato republicano. Pasó lo mismo durante la toma del Capitolio por parte de exaltados trumpistas, aquellos trogloditas que también se convirtieron en meme al primer contacto con internet. Cinco personas murieron entonces, entre policías y asaltantes. Una nación estuvo en vilo hasta que arrancó la legislatura aburrida y geriátrica de un hombre con visos de demencia que hoy se mide con Trump aunque puede que lo confunda con Nixon. 

“Vivimos en una simulación” es uno de los clichés de la vida en internet, y momentos como el atentado contra Trump lo atestiguan. Cada hecho grave es pretexto para el divertimento u oportunidad para el lucimiento, depende. Puede explotar una central nuclear, producirse una masacre en un campamento de refugiados, que las imágenes dejan una marca tan ligera como la de una forofa de la selección que exhibe las tetas en el estadio. Lemas y memes son las piezas del lenguaje coloquial: los primeros exhiben un compromiso falso, los segundos dan pie al cachondeo alimentado por lo importante. Si los aviones hubieran chocado hoy contra las Torres Gemelas de Nueva York, al minuto nos habría parecido que esto pasó la semana pasada.

Yo miraba a Trump levantarse entre los guardaespaldas y pensaba en la distancia entre la vida y la muerte, milimétrica. El expresidente dijo luego en una red social que supo que le estaban disparando cuando notó desgarrarse su oreja y oyó silbidos. Me quedé en vilo con esa observación: silbidos, aunque supongo que cuando una bala pasa a una distancia tan corta de tu cerebro como para que la parte superior de tu oreja salte en pedazos pensarás, sin duda, cosas raras. Una micra de ángulo, un temblor imperceptible de la mano del tirador, una ráfaga de viento separa dos fotos históricas: la de Trump ensangrentado y victorioso y la de Trump muerto en el acto.

Entre lemas y memes apuñalaron a Jair Bolsonaro, dispararon una pistola encasquillada contra la cara de Cristina Fernández de Kirschner, mataron a Shinzō Abe, le pegaron un tiro en la cara a Vidal Quadras y otros cinco a Robert Fico, quien se había apeado del gobierno de Eslovaquia tras el asesinato del periodista Ján Kuciak y su prometida. Todo esto ha pasado en un lapso de tiempo relativamente corto, y aunque los magnicidios y sus intentos han sido una constante a lo largo de la historia, da por pensar que el estado de violencia permanente en el que nos dividimos empieza a tener consecuencias más graves que un muñeco apaleado. Pero quizás el síntoma más alarmante sea lo poco que nos importa todo esto.

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