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Libros
Ángeles González-Sinde

Ángeles González-Sinde

Escritora y guionista.

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Finales y principios

Un buen final despojado de lo que le precede es un misterio irresistible, un anzuelo que nos sabe a poco

La artista Camila Cañeque, fallecida el pasado 14 de febrero

La artista Camila Cañeque, fallecida el pasado 14 de febrero / DE CAERYRODAR

No me hagas 'spoiler', decimos, no quiero saber cómo acaba. Nos fastidia que nos destripen las tramas. ¿Por qué está obsesión con el desenlace? ¿Tan importante es? ¿Quién lo ha dicho? Para empezar los psicólogos que han observado que la mente humana tiende a recordar los principios y los finales, y mucho menos lo que ocurre entre medias. Nos podían haber preguntado a los guionistas y se habrían ahorrado tanto experimento. Desde el cine mudo nos consta que la memoria es injusta: la película puede ser una obra maestra, pero si el final falla, lo anterior no sirve de nada. El espectador abandona la sala con el final en la cabeza y eso condicionará su opinión sobre el total. No digamos ya si hablamos de pantallitas. Tienes unos segundos para enganchar al público o si no… en menos de dos, tres, cinco, siete... Zas. A otra cosa. Lo habrás perdido. Para intentar retenerlo nos devanamos los sesos buscando arranques poderosos y finales inolvidables. Lo que se denomina “acabar en alto”.

Buñuel prevenía en 'El último suspiro' contra los arranques demasiado espectaculares: ¿cómo estar a la altura durante los siguientes 90 minutos? Más vale trabajar un buen final. No tenerlo es navegar sin brújula ni norte. El final es la enunciación de la hipótesis que se quiere demostrar. A propósito de finales, Manuel Gutiérrez Aragón me dio un gran consejo: el principio es el niño mimado, nos pilla frescos, le dedicamos atención y energía. Al desenlace en cambio el escritor llega fatigado. Es como el hijo menor cuyos padres ya son mayores, están cansados y ni juegan con él ni lo sacan de paseo. Conviene hacer las revisiones de guion empezando por la mitad.

Sabedora de la importancia de los finales, Camila Cañeque ha dado la vuelta al concepto de 'spoiler' en su libro 'La última frase', un ensayo original y sorprendente que pone ante nuestros ojos las frases finales de 452 libros. Ya de entrada Cañeque confiesa que nunca respetó la prohibición de no curiosear el final de un libro al empezarlo. Esa es la pesadilla de muchos autores (no la mía) que construyen minuciosamente el andamiaje de su texto para conducirnos a un final que nos espera guardado en un cofre como un tesoro, un premio exclusivo para quien atravesó la novela entera.

'La última frase' es una reflexión sobre la literatura, pero también sobre la vida. Para mí, además, es una muy bien articulada reivindicación del poder de las historias para el ser humano con su planteamiento su núcleo y su importantísimo desenlace, eje de todo. Escribe Camila: “Una y otra vez recurrimos a la ficción que, con su 'savoir finir', nos permite monitorizar la historia como si tuviera alguna dirección, darle un origen y, sobre todo, un destino (…) Ese tiempo infinito, no narrativo y totalmente inhumano lo metemos en una estructura (…) dotada de una finitud reconfortante. (…) Usamos las herramientas de la ficción como GPS para ubicarnos, para poseer el tiempo de nuestro mundo y poder trazarlo a nuestro gusto, negando su caos, con principio y con final como placebo de efecto calmante”.

Camila propone hilar todavía más fino. Si nos gusta contarnos cuentos porque nos gusta darles orden y ponerles finales, ¿qué palabras, qué imágenes componen el final del final, la última frase? Y comparte con los lectores lo que fue una colección y una obsesión, como todas las colecciones. Durante años fue anotando frases finales de cuanto leía para buscarles un orden, un sentido, colocándolas por familias, por asonancias, por temas, hasta componer con ellas nuevos relatos. Así ha conseguido que también los lectores de su libro dudemos del concepto de 'spoiler': un final puede ser también un principio. Es lo que ocurre con su escaparate de finales: lejos de desmotivarnos, nos entran unas ganas locas de leer las páginas que los anteceden. Porque un buen final despojado de lo que le precede es un misterio irresistible, un anzuelo que nos sabe a poco. Como nos sabe a poco lo que sabemos sobre Camila. Querríamos más de una mujer que deducimos viajera, comprometida con su amor por las personas, por las artes, por los paisajes, por el conocimiento, culta, impelida por una insaciable curiosidad, innovadora en sus propuestas artísticas. Desearíamos que no hubiera tenido el final que hoy conocemos. Nos desconsuela descubrir que murió inesperadamente pocas semanas antes de ver publicado su libro tan exquisito y cuidado. Querríamos otra resolución. Me dicen que en Barcelona se prepara una exposición sobre su trabajo para este otoño. Tendremos que correr a verla para empaparnos de un final que querríamos que hubiera sido principio.