Graduación
Ángeles González-Sinde

Ángeles González-Sinde

Escritora y guionista.

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'Gaudeaumus Igitur'

Comprendemos el sentido de este ceremonial, que nos parecía importado de películas americanas, quizá artificioso, forzado, exagerado. No. Es un rito para detenernos juntos un instante, sentir y repensar en comunidad el trayecto acabado

Las fiestas de graduación a la americana se imponen en colegios e institutos: ¿moda simpática o despropósito?

Los trajes de noche femeninos se extienden por las fiestas de graduación de ESO y Bachillerato.

Los trajes de noche femeninos se extienden por las fiestas de graduación de ESO y Bachillerato. / El Periódico

Suena y me emociono sin entender el motivo. Cuando terminé la carrera no existía esta costumbre. Mucho menos cuando me gradué del bachillerato. Terminabas y a otra cosa, mariposa, ni despedidas, ni discursos, ni modelitos. Hoy se ha extendido tanto que hay tiendas dedicadas solo a los vestidos de graduación.

Allí estamos padres y abuelos, viendo a nuestras criaturas desfilar formales hasta sus asientos. Hemos llegado al final de un camino: el final de su infancia, de los días escolares. Vendrán otros, pero sabemos que este es el certificado de que los tiempos de preparar la merienda, acompañarlos al colegio, correr de una actividad extraescolar a otra, acudir a reuniones con los maestros, firmar el boletín de notas, pedir a los abuelos que por favor nos cubran que hoy nos retrasaremos… se terminó. Escuchamos el 'Gaudeamus Igitur' y caemos en la cuenta del esfuerzo que ha supuesto. Desde aquel primer día de guardería en que los dejamos llorando ellos y nosotros, tantos madrugones, tantas fiestas de cumpleaños, tantas excursiones y campamentos. Para criar a un niño hace falta una aldea. Aquí está la aldea despidiéndose, corren los clínex de mano en mano. Tampoco nosotros, esta comunidad escolar, volveremos a estar juntos. Madres y padres con los que trabamos amistad, con los que repartimos idas y venidas, fiestas de pijamas, también nos decimos adiós.

Los profesores arrancan su discurso con una cita de Manuel Vicent: “Tus sentidos corporales forman un nudo y luego entiendes que la vida no consiste más que en ir desenredando lentamente ese nudo.” Los chicos no lo saben aún, pero nosotros sí. Miramos el video: eran unos polluelos con babis. Se van sumando los carnavales, las navidades, los torneos de baloncesto, las clases de laboratorio, los cuerpecitos van creciendo. Las imágenes tienen más valor porque son imperfectas. La luz es mala, los encuadres deslavazados. Se parecen a la vida. Momentos prendidos al vuelo. Los niños se van convirtiendo en jóvenes y de pronto irrumpen las mascarillas. Sus rostros parcialmente tapados. Pantallazos de clases por zoom. Entraron en la adolescencia con ese freno y ese límite en sus relaciones sociales, en su desarrollo afectivo, con la dureza del temor, del silencio impuesto en lugar de barullo y griterío, el retroceso y la tensión en su modo de aprender.

Pudimos haber perdido el hilo. Algunos lo perdieron, se desorientaron, repitieron curso y les costó retomar. ¿Estuvimos los padres a la altura? ¿O andábamos tan enredados en la vida cotidiana, en la exigencia de prestar atención a mil cosas que olvidamos por qué hacemos lo que hacemos? Los maestros prosiguen con su discurso y vuelven a Manuel Vicent: “Un día en Ítaca, sentado en las raíces de un olivo milenario que formaban una especie de trono frente a una hermosa bahía, saqué mi cuaderno de notas y me dispuse a escribir. Creía que estar en la patria de Ulises me inspiraría un texto excelente, pero no se me ocurría nada.” Les explican a ellos y nos recuerdan a nosotros que el momento y el lugar ideal no existen, que es inútil posponer la vida hasta que se den las condiciones perfectas que, si llegan, solo demostrarán que no las necesitábamos, que lo que nos motiva estaba mucho más cerca y es, sí, imperfecto.

Vemos a los chicos recoger sus diplomas, tímidamente, a la carrera. Dejan el escenario demasiado deprisa, los padres no podemos sacar bien las fotos. Pero, al poco, esa timidez se les pasa y uno a uno se animan a volver al estrado y decir unas palabras. ¿Y qué expresan? Afecto a los profesores, a los compañeros y, sobre todo, agradecimiento. Entonces comprendemos el sentido de este ceremonial, que nos parecía importado de películas americanas, quizá artificioso, forzado, exagerado. No. Es un rito para detenernos juntos un instante, sentir y repensar en comunidad el trayecto acabado, poner una marca en el camino y recordar para qué nos levantamos cada mañana y nos metemos en el metro y vamos al trabajo y al supermercado, pero sobre todo para recordarnos que precisamos de la empatía, que deseamos la conexión, que nos necesitamos y que sí, que se siente uno mejor formando parte de algo.

Los padres escuchamos atentos a los chicos y chicas. Van desgranando palabras que nos tocan. Quizá con más momentos como este, compartiendo con las defensas bajadas temores, dudas, fragilidad, inseguridad, pérdidas y alegrías sin fingimiento, irían mejor las cosas. Pero hay que empezar por la palabra mágica: gracias hija, gracias maestros, gracias abuelas, gracias comadres y compadres. 'Gaudeamus igitur'.

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